El 11 de noviembre de 1951 las mujeres argentinas votaron por primera vez.
Había pasado casi un siglo desde la sanción de la Constitución Nacional en 1853 y durante todo ese tiempo las mujeres debieron soportar épocas signadas por la exacerbación del poder masculino y la exclusión a la hora de ejercer derechos ciudadanos elementales.
Aquella conquista fue el colofón de un largo proceso histórico que comenzó sobre finales del siglo 19 y se profundizó en la primera mitad del siglo siguiente merced a la lucha de feministas y sufragistas, que no sólo reclamaban por los derechos políticos negados a las mujeres, sino que exigían la equiparación al hombre en aspectos esenciales, como la educación y el trabajo. Destacan en esa saga meritoria los nombres de Juana Manso, Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla, Eufrasia Cabral, Elvira Rawson, Cecilia Grierson, Julieta Lanteri, Alicia Moreau de Justo, Alfonsina Storni y Victoria Ocampo, entre tantas otras luchadoras por la igualdad de derechos.
En 1907 la socialista Alicia Moreau creó el Comité Pro-Sufragio Femenino. En 1910, durante el centenario de la Revolución de Mayo, Buenos Aires fue sede del Primer Congreso Femenino Internacional. Allí, argentinas, chilenas, uruguayas y paraguayas reclamaron el derecho de las mujeres a votar.
En 1912 se sancionó la Ley 8.871 —conocida como Ley Sáenz Peña— que institucionalizó el derecho al voto universal, secreto y obligatorio para la población adulta masculina de nacionalidad argentina. La norma ponía fin a la farsa electoral vigente hasta entonces, pero seguía excluyendo a las mujeres, reservando la potestad de elegir solamente a los hombres argentinos. A ese efecto, el nuevo registro electoral pasó a ser confeccionado sobre la base del padrón militar estipulado por la Ley de Servicio Militar Obligatorio.
La empeñosa Julieta Lanteri —quien en 1911 había logrado que se le permitiera votar— volvió a la carga en 1920 como candidata a diputada nacional por la Unión Feminista Nacional, alegando que ninguna ley lo prohibía. Recaudó 1730 votos, obviamente masculinos.
En las décadas siguientes, la demanda por igualar derechos políticos de hombres y mujeres siguió sin respuesta. En los años 1916, 1922, 1925 y 1929, se presentaron seis proyectos de ley con ese fin —tres en el último año—, pero ninguno fue aprobado. El sortilegio se rompió el 8 de abril de 1928, cuando las sanjuaninas fueron las primeras mujeres argentinas habilitadas a ejercer el derecho al voto en esa provincia durante la gobernación de Aldo Cantoni, aunque la conquista no duró demasiado. En la década de 1930 hubo sendos proyectos de los diputados Mario Bravo y Alfredo Palacios que no lograron sortear el bloqueo parlamentario de los conservadores, reacios a cualquier iniciativa de género.
En la década siguiente, el 9 de septiembre de 1947 se sancionó la Ley 13.010, cuyo artículo primero rezaba: “Las mujeres argentinas tendrán los mismos derechos políticos y estarán sujetas a las mismas obligaciones que les acuerdan o imponen las leyes a los varones argentinos”. La ley que consagró el voto femenino, colocó a Eva Perón, la entonces primera dama, en el centro de la escena; aunque fue la principal impulsora, la sanción fue la coronación de la larga lucha que había tenido como actoras a las antes nombradas y muchas otras cuyos nombres quedaron en el camino.
El voto femenino se estrenó cuatro años después, el 11 de noviembre de 1951, cuando más de 3.500.000 mujeres —más del 90 por ciento de las empadronadas— portando sus flamantes Libretas Cívicas, hicieron largas filas y votaron por primera vez en la elección que reeligió a Juan Domingo Perón para un segundo período presidencial. La mayoría de ellas, casi un 64 por ciento, contribuyó al rotundo triunfo peronista. Eva Perón votó en el Hospital Presidente Perón, en Sarandí, donde convalecía de una intervención quirúrgica. Las imágenes de la época la muestran en la habitación del hospital echando su voto dentro de la urna que las autoridades de mesa llevaron hasta ese lugar.
No era el único avance. Por primera vez la mujer llegaba al Congreso de la Nación: 23 diputadas lograron una banca sobre 149 escaños, en tanto que seis mujeres ingresaron al Senado. Todas ellas representaban al Partido Justicialista; las demás fuerzas políticas —salvo radicales y demócratas— incluyeron algunas mujeres en sus listas, pero ninguna resultó electa. La novedad se replicó en casi todas las legislaturas provinciales.
En las décadas siguientes, el protagonismo femenino siguió en constante aumento. El mismo efecto, con igual impulso, se extendió hacia otros ámbitos: ningún campo de la gestión pública ni de la vida en sociedad se mantuvo exento o refractario a la participación de la mujer como lo fue en el pasado.
Enhorabuena que así sea.
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