“El origen de la Universidad Nacional de Córdoba se remonta al primer cuarto del siglo XVII, cuando los jesuitas abrieron el Colegio Máximo, donde sus alumnos recibían clases de filosofía y teología. Este establecimiento de elevada categoría intelectual fue la base de la futura Universidad”. Así comienza el relato histórico publicado en la página oficial de la Universidad Nacional de Córdoba.
Enseguida se aclara que, en 1613, se iniciaron los Estudios Superiores, aunque el Colegio no estaba facultado para conferir grados académicos. Recién en 1621 el Papa Gregorio XV concedió esa facultad, que el rey de España, Felipe IV, corroboró un año más tarde. Los primeros grados se otorgaron en 1623; no en Córdoba, sino en la desaparecida Talavera del Esteco.
Esta módica reseña permite entrever el origen de la polémica suscitada en torno a cuándo se cumplen los 400 años de la casa. Al respecto, hay quienes sostienen que celebrarlos en 2013 es, cuanto menos, un apresuramiento. Y, en esa misma línea, señalan que fray Fernando de Trejo y Sanabria no la fundó, pese a que prometió donar 40 mil pesos a la Compañía de Jesús para contribuir al sostenimiento del Colegio. El obispo solemnizó esa promesa el 19 de junio de 1613, fecha elegida por las autoridades universitarias para la celebración.
Lo cierto es que la Universidad de Córdoba fue la primera de esta parte de América y que, en los dos siglos venideros, los principales protagonistas de ese tiempo histórico pasaron por sus claustros.
La orden jesuítica regenteó la casa hasta 1767, año en que fue expulsada de los dominios españoles y despojada de sus bienes. Entonces quedó en manos de los franciscanos, quienes la pilotearon sin mayores cambios hasta que, en 1800, rebautizada como Real Universidad de San Carlos y de Nuestra Señora de Monserrat, pasó a depender del clero secular.
En 1808 fue designado rector el deán Gregorio Funes, quién puso en marcha la primera reforma, renovando métodos y contenidos e introduciendo disciplinas como aritmética, geografía, música y francés, consideradas hasta entonces poco menos que heréticas.
Así estaban las cosas cuando se produjo la Revolución de Mayo.
Tercer Siglo
La Primera Junta tomó posesión de todos los bienes de la corona española, entre ellos la universidad cordobesa, y dispuso el traslado a Buenos Aires de la imprenta que funcionaba en ella, destinándola a la Casa de Niños Expósitos, en tanto que la valiosa librería jesuítica pasó a engrosar la Biblioteca Nacional creada por Mariano Moreno.
Entre 1810 y 1820, la Universidad tuvo nueve rectores, designados por las autoridades nacionales, entre ellos Benito Lascano, Miguel Calixto Del Corro y José Gregorio Baigorrí. Fueron años de escasez y reacomodamientos en el marco de la inestabilidad reinante.
Tras la disolución del gobierno central, en 1820, la Universidad y el colegio de Monserrat pasaron a la órbita provincial. El entonces gobernador, Juan Bautista Bustos, impulsó una nueva reforma que comenzó a regir en 1823. Además, proveyó la segunda imprenta que tuvo la institución.
Algunos de los rectores que la dirigieron hasta 1852: Pedro Ignacio Castro Barros, José Roque Funes, José Norberto de Allende y Pedro Nolasco Caballero.
Aquel año, la caída de Rosas dividió las aguas entre Buenos Aires y la Confederación Argentina, que reunió al resto de las provincias. En 1856, el presidente de la Confederación, Justo José de Urquiza, devolvió la Universidad al ámbito nacional, una iniciativa impulsada por su ministro de Educación, el cordobés Santiago Derqui.
Liquidado el pleito entre porteños y provincianos a favor de los primeros, el país se reunificó y comenzaron a sentarse las bases de la Argentina moderna. En ese marco, la casa de estudios varió su perfil escolástico, dejando atrás los estudios teológicos e incorporando las ciencias naturales y exactas, en buena medida merced al aporte de profesores extranjeros.
Durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento llegaron a Córdoba el Observatorio Astronómico y la Academia de Ciencias, complementadas por la facultad de Ciencias Físico Matemáticas creada en 1873. Cuatro años más tarde nació la Facultad de Medicina, completando el trípode de carreras con la Facultad de Derecho, que existía desde 1791.
Le tocó al entonces rector Manuel Lucero, timonear una universidad capaz de acompañar el signo de los tiempos, aportando a la construcción de una sociedad libre en un país que se transformaba día a día.
La llamada Ley Avellaneda, sancionada en 1885, estableció el primer régimen para las universidades nacionales, que la de Córdoba acató al año siguiente dictando su propio estatuto. Algunos de los rectores que ocuparon ese cargo hasta 1913 fueron Alejo Carmen Guzmán, Telasco Castellanos, José Antonio Ortiz y Herrera y Julio Deheza.
La Universidad completaba su tercer siglo de existencia encerrada en sí misma; el impulso liberal de décadas anteriores había dado paso a una etapa oscurantista y dogmática.
La Reforma de 1918
Al cumplirse el tricentenario de nuestra Universidad, la Argentina había cambiado su rostro por completo. Era un país pujante pero atravesado por fuertes desigualdades. Hasta que entró en vigencia la llamada Ley Sáenz Peña, la exclusión social se prolongaba en el ámbito político.
La vieja Universidad no podía quedar al margen de ese clima de ebullición y transformaciones. Entonces se produjo la llamada Reforma Universitaria de 1918, que marcó a fuego su historia.
Hacía poco que se había fundado la Federación Universitaria de Córdoba (FUC), donde germinó el embrión reformista. Enrique Barros fue su primer presidente, escoltado por Ismael Bordabehere, Horacio Valdez, Deodoro Roca, Gumersindo Sayago y Ceferino Garzón Maceda, entre otros. La FUC, de cuño progresista y liberal, impulsaba una serie de cambios orientados a la democratización de la anquilosada institución, entre ellos autonomía y cogobierno universitario, concursos para renovar las cátedras vitalicias y modernización de los planes de estudios. En la vereda de enfrente, los sectores reaccionarios y corporativos se abroquelaban para defender el estatus quo, apoyados por la logia católica Corda Frates.
Las diferentes visiones quedaron expuestas en el llamado Manifiesto Liminar, una inflamada convocatoria a la rebelión dirigida por “la Juventud Argentina Cordobesa a los hombres libres de Sudamérica”. Enseguida se desató una puja de poder alrededor del nombramiento del nuevo rector. El bloque conservador sostenía la candidatura de Antonio Nores, en tanto que los estudiantes avalaban a Enrique Martínez Paz. La pulseada dividió a los medios gráficos: mientras Los Principios hacía de vocero de los primeros, La Voz del Interior se alineaba con los reformistas.
La chispa que provocó la huelga estudiantil fue una medida administrativa que afectaba a los practicantes del flamante Hospital de Clínicas, pero el punto más alto del conflicto fue la Asamblea reunida el 15 de junio para elegir autoridades, que terminó en una descomunal batahola que condujo a su vez al cierre y posterior intervención de la Universidad.
La movida significó una bisagra, un antes y un después en la historia de la Universidad Nacional de Córdoba.
Otra universidad, otro estudiantado
Durante la primera mitad del siglo 20, pese a los cambios introducidos después de 1918, el acceso a la Universidad siguió vedado para vastos sectores de la sociedad, sobre todo para la clase trabajadora. La población estudiantil, en general, provenía de hogares acomodados.
Esa realidad comenzó a cambiar a partir de la década del ‘50, entre otras razones por la supresión de aranceles dispuesto durante la presidencia de Juan Perón y el ascenso social de las capas medias. Sin embargo, la educación superior siguió en manos de sectores confesionales y conservadores, en tanto que la mayoría del estudiantado fue adverso al peronismo.
Por esos años cobró forma la actual Ciudad Universitaria, cuyos pabellones fueron pensados para albergar profesores y estudiantes provenientes de otras provincias y países, de allí sus nombres: Argentina, Perú, México, España.
Sobre fines de los 50’, el conflicto entre enseñanza laica y libre repercutió en la Universidad. El movimiento estudiantil, hegemonizado por la FUC y el ascendente Integralismo, tomó partido por la primera, movilizándose en las calles. Ya se atisbaba un cambio cualitativo en la composición y posturas del estudiantado, que no era el mismo de 1955.
El mayor desafío de la hora era mantener incólume la autonomía universitaria y los consejos tripartitos en medio de las vicisitudes propias de ese tiempo turbulento y de gran inestabilidad política, y, a la vez, insuflar una visión progresista y moderna a una institución que no terminaba de sacudirse las rémoras del pasado. Sobresale el nombre del entonces rector, Jorge Orgaz.
El cambio mencionado más arriba quedó patentizado en la década sesentista. La gran novedad de ese período histórico fue la incorporación masiva de la clase media argentina a las luchas sociales que hasta allí libraban en soledad los trabajadores. De a poco, las universidades argentinas dejaron de ser una isla o una torre de marfil y los estudiantes se comprometieron con la realidad que los rodeaba, incorporándose masivamente al campo popular.
Tiempos violentos
Este fenómeno asociativo virtuoso cobró mayor visibilidad tras el golpe de Estado de 1966, y fue en aumento en los años siguientes, cuando la llamada unidad obrero-estudiantil se convirtió en el eje dinámico de la resistencia popular a la dictadura de Onganía.
El gobierno de facto, imbuido de un espíritu ultramontano y represivo a la vez, dictó la Ley 16.912, que dispuso la intervención a las universidades nacionales y el fin del cogobierno. En Córdoba, la rebelión no se hizo esperar y a la legendaria huelga de hambre del Cristo Obrero le siguieron actos callejeros y la primera víctima de la represión: Santiago Pampillón, un joven mendocino que reunía la doble condición de obrero y estudiante. Después vendrían el Cordobazo y las demás gestas que encontraron a los universitarios luchando en las calles junto a los trabajadores.
En los últimos años habían surgido nuevas facultades, como las de Ciencias Económicas, Odontología, Arquitectura, Ciencias Químicas y Ciencias Agronómicas, entre otras. Los Servicios de Radio y Televisión (SRT), integrados por Radio Universidad y Canal 10, pasaban por su mejor momento, liderando la audiencia.
En 1973, el gobierno nacional surgido de las urnas designó nuevas autoridades. En Córdoba, Francisco Luperi ocupó el rectorado, y los decanatos se repartieron casi por mitades entre las corrientes afines a la Tendencia Revolucionaria del peronismo y los sectores ortodoxos. El resultado fue una matriz heterogénea que impidió profundizar un proceso transformador como se dio en la Universidad Nacional de Buenos Aires.
La derechización llegó a Córdoba antes que en otras partes, como coletazo de la intervención que sufrió la provincia en febrero de 1974 tras el golpe policial conocido como Navarrazo, que desestabilizó al gobierno de Ricardo Obregón Cano. El estado autoritario se extendió al ámbito universitario, del que fueron desalojados los decanos progresistas. En poco tiempo, la derecha peronista copó todas las facultades e institutos, poniéndolos en sintonía con la Intervención Federal. Un clima de delación y persecución se instaló en la casa de estudios.
El golpe de estado de 1976 dio otra vuelta de tuerca a esta situación y se cobró numerosas víctimas entre profesores, estudiantes y trabajadores universitarios. Muchos de ellos permanecen desaparecidos hasta hoy.
La Universidad de la democracia
La restauración democrática de 1983 abrió un nuevo capítulo. Tras el período de normalización, que llevó más de dos años, la Asamblea Universitaria designó rector a Luis Rébora. El desafío era recuperar una institución fuertemente vulnerada por la última dictadura militar. Su gestión, a más de las acciones propiamente académicas que elevaron el nivel de la enseñanza, privilegió la democratización y restauración de los mecanismos institucionales de participación y representación de los diferentes actores universitarios.
Durante los años 90’ la Universidad ofreció un mosaico variado en la conducción de las distintas facultades y alternancia en el rectorado, a la vez que atravesó un período de escasez a raíz de las restricciones presupuestarias aplicadas por los gobiernos nacionales hasta 2003. En ese período, la llamada Manzana Jesuítica fue declarada Patrimonio de la Humanidad y se recuperó la antigua librería.
En 2007, se produjo un hecho inédito: el ascenso de una mujer, Carolina Scotto, al rectorado. El acontecimiento expresaba el cambio general de tendencias en el país y en el mundo.
La Universidad Nacional de Córdoba festeja hoy 400 años de vida en plenitud de sus atributos, integrada a la sociedad, con 110.000 estudiantes, 250 carreras de grado y posgrado y 13 facultades, entre otras concreciones. Que tenga un feliz cumplesiglos.
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