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Un tesoro a cielo abierto

¿Cuántas hay? Nadie lo sabe con certeza; son muchas, algunas muy valiosas. A menudo pasamos de largo sin verlas, como si no existieran. Sin embargo, están allí, como un detalle de buen gusto en una ciudad que las ignora y con frecuencia las agrede.

Son las esculturas, monumentos y estatuas que se hallan diseminadas en la ciudad y que, pese a que son nuestras, no las cuidamos ni las preservamos como debiéramos: quizá por el vértigo del mundo actual o porque Córdoba se convirtió en una megalópolis con otras prioridades, el patrimonio ornamental de la ciudad está a merced de la indiferencia, la desaprensión y el vandalismo.

Es una pena, porque las obras artísticas que lucen en parques, plazas, plazoletas, avenidas y otros sitios urbanos son parte indivisible de la identidad, del carácter de la ciudad que adornan. Son, a menudo, puntos de referencia: “en del Dante”, solemos decir, sin necesidad de aclarar que nos referimos a la estatua de Dante Alighieri, realizada por el artista italiano Francisco Petrini, en el corazón del paseo mayor de la ciudad.

Un poco de historia La historia de la ciudad puede contarse siguiendo el derrotero de sus monumentos. La costumbre de ornamentar la gran aldea arranca en los tiempos del marqués de Sobre Monte, que mandó a colocar una placa tallada en piedra en el bello paseo que nos legó. Según Carlos Page, la primera escultura conmemorativa data de 1850, cuando el entonces gobernador Manuel López “Quebracho” instaló un busto de sí mismo en uno de los arcos del citado paseo.

Algunas décadas más tarde, en 1887, fue José María Paz quien tuvo una estatua ecuestre, la primera de su tipo. La obra del escultor francés Jean Falguiere fue emplazada en una plazoleta sobre la avenida General paz, removida en 1970 para liberar el tránsito. Desde entonces, el general manco cabalga en lo alto del Parque Autóctono.

Una década más tarde le siguió Dalmacio Vélez Sarsfield, esculpido en bronce por el artista italiano Giulio Tadolini, mudado a la plazoleta donde se halla luego de que fuera suprimida la rotonda original que lo albergaba sobre la avenida que lleva su nombre.

En tiempos del primer Centenario arribó a Córdoba la estatua ecuestre del general San Martín, réplica de la encargada por el gobierno argentino al artista francés Louis Daumas, que preside nuestra plaza principal.

En 1955, con motivo del 382º aniversario de la ciudad, fue el turno de Jerónimo Luis de Cabrera, perpetuado en bronce por Horacio Juárez, maestro de artistas de su tiempo.

Para la misma época hacía de las suyas un dúo virtuoso: el que integraban Roberto Viola y Alberto Barral; santafesino el primero, catalán el segundo. A ellos debemos obras emblemáticas como “El oso”, que deambuló por distintos sitios hasta su actual emplazamiento frente al museo Caraffa; el busto de Martín Miguel de Guemes, en la plazoleta ubicada en Duarte Quirós y La Cañada; o la “fuente de los monitos”, frente a la iglesia de los Capucinos.

Hasta la inigualable Lola Mora dejó su sello en Córdoba, más precisamente en la plaza Rivadavia de Alta Córdoba, donde luce la estatua en mármol de Mariano Fragueiro.

En este sucinto recorrido no puede quedar fuera un escultor cordobés de nota: Miguel Ángel Budini, autor de obras entrañables, como “Las niñas de la fuente”, que nos contemplan con suplicantes ojos de piedra en la esquina de Deán Funes y La Cañada.

El Parque Sarmiento es en sí mismo una galería de arte al aire libre. Diseminadas en sus arterias y jardines, esculturas y fuentes ornamentales de bella factura, como “La leona” en bronce de Felipe Bellini, la “fuente de la foca” en el Rosedal,  o el altorrelieve en piedra de una serpiente, en la entrada del Serpentario.

Más contemporánea, “el indio”, del artista polaco Alejandro Perekrest, que alza sus brazos de bronce al cielo, como clamando justicia, en la primera cuadra de bulevar San Juan; o las obras del cordobés Marcelo Hepp, autor del grupo escultórico “Héroes de Malvinas” (1983), localizado en plaza de la Intendencia, y de la estatua ecuestre de Juan Bautista Bustos  (2010), entre otras. O la moderna saga escultórica “La familia urbana”, de Antonio Seguí, artista cordobés de renombre internacional.

La mayoría de los próceres de la etapa fundacional de la patria y gobernantes y políticos de nota en el orden nacional y provincial tienen su busto, lo mismo que personajes populares como Carlos Gardel. Todos, como en un carrusel de la memoria, comparten el espacio urbano.

Mucho por cuidar La conservación del bagaje artístico y cultural, someramente aludido en esta nota, es responsabilidad del Estado. En el caso del Municipio, este mandato está expresamente establecido en el artículo 31 de la Carta Orgánica Municipal.

Sin embargo, más allá de que los gobernantes de turno presten más o menos atención al cuidado y preservación del patrimonio ornamental de la ciudad, es un deber colectivo velar por su buen estado, protegerlo y mantenerlo en valor para el disfrute de las generaciones presentes y futuras.

En una palabra, hacer con lo nuestro lo mismo que hacemos cuando nos toca en suerte visitar algún país extranjero y admirar las bellezas de sus ciudades y los testimonios culturales que ellas ofrecen a los visitantes. Salvo que creamos que nuestra Córdoba carece de atractivos de esa clase, y por fortuna no es así.

El primer paso es conocer lo que tenemos, para entonces cuidarlo como se merece. No se cuida lo que no se conoce.Y en Córdoba hay mucho por conocer. Y por cuidar.

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