El 24 de octubre de 1871, el presidente Domingo F. Sarmiento inauguró oficialmente el Observatorio Astronómico Nacional en la ciudad de Córdoba.
El célebre sanjuanino mantenía con Córdoba una relación ambivalente, una curiosa mezcla de fascinación y recelo a la vez. En el “Facundo. Civilización o barbarie”, publicado en 1845, las menciones referidas a Córdoba no son benévolas: “Esta ciudad docta no ha tenido hasta hoy teatro público…Córdoba no sabe que existe en la tierra otra cosa que Córdoba”, sentencia, presentándola como un “claustro encerrado entre barrancas”, en alusión a la impronta clerical que, según él, reinaba en la capital cordobesa.
Cuando años después ocupó la presidencia de la Nación se propuso cambiar radicalmente el perfil de aquella Córdoba que seguía conturbando su memoria. Con ese fin, en 1870 inauguró el ferrocarril que uniría las ciudades de Rosario y Córdoba —en la visión sarmientina el tren era símbolo de progreso—, y acto seguido prohijó un colosal desembarco impregnado de positivismo y modernidad a manera de exorcismo progresista. “Sarmiento estaba empeñado en cambiar el rostro a esa Córdoba que percibía atrapada por un clericalismo paralizante”, afirma el historiador Alfredo Terzaga.
La Academia Nacional de Ciencias —cuyo magnífico edificio sigue ornamentando la avenida Vélez Sarsfield— fue la cabecera de playa de aquel desembarco que trajo consigo una pléyade de sabios y eruditos extranjeros como Benjamín Gould, el astrónomo norteamericano reclutado por Sarmiento que había emigrado a la Argentina ansioso por descubrir las estrellas y constelaciones del hemisferio Sur.
El 15 de octubre de 1871, Sarmiento, acompañado por ministros y gobernadores de otras provincias, inauguraba en Córdoba la Exposición Nacional, cuyos pabellones exhibían los adelantos de la industria destinados a sustituir los modos rudimentarios de producción de entonces. En la ocasión, volvió a exponer en público sus ideas y a estigmatizar el atraso.
Durante esa visita, el miércoles 24 de octubre — la lluvia caída el domingo 21 obligó la postergación hasta aquel día— abrió sus puertas el Observatorio Astronómico Nacional, aunque faltaba concluir parte del edificio (imagen) cuyo frente lucía adornado por dos banderas argentinas que colgaban del balcón. Desde temprano se habían dado cita en el extenso descampado del Abrojal —un barrio malevo— autoridades, personalidades y curiosos, contándose además con la presencia de profesores y alumnos de la Universidad facilitada por el feriado decretado para la ocasión.
Luego de que la banda militar ejecutara el Himno Nacional y el obispo Ramírez de Arellano bendijera las instalaciones, el director Benjamín Gould pronunció su discurso abundante en tecnicismos, cuyo remate concitó aplausos de la concurrencia: “Cuando levantéis, señores, vuestros ojos esta noche, después de ponerse la luna, hacia el cielo estrellado, y esforzando vuestra atención, se os presenten las más pequeñas estrellas, una en pos de otra, no hallareis ni una sola cuya posición y magnitud no esté ya registrada por alguno, si no por más de uno, de los astrónomos de vuestro Observatorio”. Sus jóvenes ayudantes lo escuchaban extasiados, entre ellos John Macon Thome, quien años más tarde sucedería a Gould en la dirección y desposaría a Frances Wall, una de las abnegadas “maestras de Sarmiento” llegadas a Córdoba en la misma tromba.
Le siguió Nicolás Avellaneda, ministro de Culto, Justicia y Educación, quien dejó una frase premonitoria: “Puedo entre tanto anunciaros con sincera confianza que la memoria de esta instalación se prolongará más allá de la generación presente”, mientras Dalmacio Vélez Sarsfield, el adusto ministro del Interior, asentía con su cabeza.
Cuando le tocó el turno al presidente Sarmiento, no desaprovechó la ocasión para fustigar a quienes, según sus palabras, consideraban “anticipado o superfluo un Observatorio en pueblos nacientes y con un erario o exhausto o recargado”. Y con el pecho henchido de legítimo orgullo, exclamó: “Podéis, señor Profesor Gould, dar principio a vuestros trabajos. Señoras y señores: queda inaugurado el Observatorio Astronómico Argentino”.
Los trabajos de uranometría en realidad habían comenzado tiempo antes y en los meses subsiguientes se completó la llegada del instrumental demorado por la guerra franco prusiana en Europa y se calibró el gran telescopio refractor en la cúpula mayor. La instalación del Observatorio en Córdoba molestó a la elite porteña, que vio afectada su secular preeminencia, tal como lo reflejaron La Nación y otros diarios de la época.
Seguramente el sanjuanino regresó a la metrópoli satisfecho de su paso por Córdoba, donde, entre otros cometidos, dejó plantado de cara al cielo un testimonio del repertorio cientificista y disruptivo con el que aspiraba a conjurar el espíritu de una plaza, en su visión, atrapada en su pasado hispánico y colonial.
El edificio del Observatorio fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1955, a la vez que el 24 de octubre de cada año se celebra el Día Nacional de la Astronomía porque desde ese día de 1871 las estrellas estuvieron más cerca.