Desde 1983 a la fecha, se ha registrado un paulatino deterioro de las instituciones políticas. Entre la euforia inicial, motivada por la restauración democrática, y la crisis de representación desatada a fines de 2001, se verificó una creciente pérdida de credibilidad de la sociedad con relación a los mecanismos de representación ciudadana. Dicho proceso desgastó al conjunto de la dirigencia y afectó más agudamente a las instituciones legislativas y, en ese orden, los concejos deliberantes de las grandes ciudades fueron particularmente cuestionados.
Superado el pico de la crisis, que se registró durante los primeros meses de 2002, y apaciguados los ánimos, es hora de dar cauce y contenido positivo y constructivo a las consignas duras que caracterizaron aquella etapa (“que se vayan todos”).
El reclamo ciudadano no debe caer en saco roto; a la democracia representativa hay que mejorarla, re-prestigiarla, sin intentar sustituirla por utópicos mecanismos de participación directa que terminan agotándose en sí mismos.
Ha llegado, pues, la hora de encauzar una profunda reforma de los sistemas y modos de representación para restablecer la credibilidad ciudadana en las instituciones democráticas y salvaguardar, de ese modo, los pilares del sistema republicano.
Acercar las instituciones comunales a los vecinos, alentar una mayor participación y mejorar la calidad de la representación ciudadana deben ser los pilares de la reforma que demanda la sociedad.
Modificar la Carta Orgánica Municipal
El eje de la propuesta es avanzar gradualmente hacia el “sistema ciudadano” en reemplazo del “sistema profesional”. El fundamento del sistema ciudadano de representación es que ejercer la representación de otros ciudadanos debe ser, por encima de todo, un alto honor; o sea que el mayor estímulo para acceder a cargos públicos pasa a ser precisamente el “honor” de representar a otros en lugar de prebendas o prerrogativas cuya búsqueda a menudo se convierte en el leitmotiv de la política, desnaturalizando su esencia.
Para reemplazar el actual sistema por el sistema ciudadano es necesario proceder a modificar la Carta Orgánica Municipal sancionada en 1995. Dicha reforma permitirá:
a) Desprofesionalizar el Concejo Deliberante.
b) Terminar con la lista sábana en el orden municipal.
c) Elegir los principales funcionarios por el voto directo de los vecinos.
d) Admitir las candidaturas independientes.
e) Limitar el crecimiento de la planta política.
f) Fomentar una mayor participación de los vecinos en el control de la gestión municipal.
Si bien los ejes enunciados son suficientemente claros, conviene hacer algunas consideraciones adicionales.
El actual Concejo Deliberante está diseñado sobre la base del modelo profesional, o sea aquél que induce a la profesionalización de los representantes, conspirando de ese modo contra una genuina ligazón con la comunidad a la que pertenecen. Desprofesionalizar la institución consiste en fijar remuneraciones sustancialmente inferiores a las actuales, reducir la planta política y eliminar cualquier trato de excepción o privilegio que hubiera. A su vez, se debe estimular la continuidad de las ocupaciones habituales del representante como una forma de preservar su inserción en la comunidad a la que pertenece. Adicionalmente, deben jerarquizarse las estructuras permanentes de asesoramiento, investigación y soporte técnico del Concejo, que son precisamente las que dan estabilidad en el tiempo a su trabajo.
En cuanto a la lista sábana, ese mal de la democracia representativa que aún subsiste en Córdoba, es muy sencillo terminar con ella en el ámbito municipal. Para ello se debe implantar la elección uninominal directa de concejales por seccional, para que de ese modo los vecinos de cada seccional elijan a su propio concejal, conformándose el cuerpo con la suma de quienes resulten electos con este sistema. Como se verá, del modo descripto habrá una mayor responsabilidad ciudadana en la selección del representante y, a su vez, una mayor cercanía de éste con la comunidad que lo eligió, lo cual posibilita un mejor control de su desempeño. Complementariamente, se deben admitir las candidaturas independientes, o sea de ciudadanos sin partido, para promover una mayor y mejor oferta electoral.
Asimismo, los funcionarios clave del municipio, como por ejemplo los encargados de los CPC, deben ser elegidos por el voto directo de los vecinos para, de esa manera, evitar la manipulación política de cargos tan sensibles.
La planta política debe ser reducida a su mínima expresión y limitarse a la cobertura de los puestos de mando al máximo nivel. El municipio debe garantizar su funcionamiento y la prestación de los servicios a su cargo con los recursos humanos con que cuenta, capacitándolos adecuadamente y dotándolos de los medios necesarios para ejecutar la tarea encomendada a cada uno.
Esta reforma, que implica una transformación de fondo, debe venir acompañada de una efectiva y creciente participación de los vecinos, especialmente en el control de la gestión de los funcionarios.
A tal efecto se debe propiciar y facilitar dicha participación, ya sea a través de los centros vecinales, comisiones barriales, etcétera, como único modo de mantener la proximidad entre el gobierno de la ciudad y los vecinos.
Manos a la obra
Acallado el ruido de las cacerolas, muchos (equivocadamente) pueden pensar que el temporal ciudadano pasó y que pueden volver a las andadas. Ello no es así; la crisis agrietó los cimientos del sistema de representación actual y dañó severamente la credibilidad de la dirigencia política. No advertir este fenómeno en toda su magnitud entraña el riesgo de ir en contra de lo que quiere la gente y, de ese modo, comprometer la salud de las instituciones democráticas.
Es imperioso que la dirigencia tome debida nota del reclamo popular y obre en consecuencia, promoviendo los cambios que demanda la sociedad y que hoy, capeado el temporal, vuelven a dormir en los cajones de los despachos oficiales.
En tal sentido, el ámbito municipal, dada su mayor proximidad física con los ciudadanos y por ser, además, el primer escalón de la democracia, es el más propicio para comenzar a cambiar el actual estado de cosas.
Ha llegado la hora de poner manos a la obra.
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