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Nicolás Rodríguez Peña


Falleció el 3 de diciembre de 1853. Se lo tiene como un destacado protagonista de la primera hora patria, que lo fue, pero ese alto perfil no tuvo continuidad en etapas posteriores.


Nació en 1775. Estudió en el Real Colegio de San Carlos e ingresó como cadete en el Regimiento Fijo de Caballería de Buenos Aires, a la vez que se dedicaba al comercio. En 1807 participó de la reconquista de Buenos Aires.


Las noticias que llegaban desde España tras la invasión napoleónica, precipitaron los acontecimientos en el virreinato del Río de la Plata, acelerando los tiempos de la movida urdida en Buenos Aires por un grupo de avispados conspiradores.


Las sesiones furtivas se realizaban en su casaquinta porteña, que estaba ubicada en la plaza que hoy lleva su nombre; o en la legendaria jabonería que tenía en sociedad con Hipólito Vieytes. Además de los anfitriones, participaban Manuel Belgrano, Juan José Paso, Juan José Castelli, Domingo French, Antonio Beruti y Agustín Donado, entre otros, quienes planteaban reemplazar al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros por una junta mientras durara la vacancia forzada de Fernando VII, el rey de España. De momento, el plan llegaba hasta allí; después se vería cómo seguir según se presentara la situación.


Varios de ellos habían adherido a la pretensión de la infanta Carlota Joaquina de Braganza —hermana de Fernando VII y consorte del príncipe regente de Portugal— de proclamarse soberana de estas latitudes. Su hermano Saturnino, uno de los más conspicuos carlotistas. Otros habían participado del malogrado complot de 1809 encabezado por Martín de Álzaga para destituir al virrey Santiago de Liniers. Desvanecida aquella fantasía carlotista y sofocada esa rebelión, todos se plegaron a la causa revolucionaria.


Entretanto, Casilda Igarzábal, su esposa, convocaba a otras damas patricias para apoyar la movida tramada por sus maridos. Fue ella quien, en la hora crucial, increpó públicamente a Cornelio Saavedra con estas palabras: “Coronel, no hay que vacilar, la Patria lo necesita para que la salve. Ya sabe usted lo que quiere el pueblo, y usted no puede volvernos la espalda y dejar perdidos a nuestros maridos, a nuestros hermanos y a todos nuestros amigos”. Tuvieron cuatro hijos: Jacinto, Demetrio, Nicolás y Catalina.


Aunque participó de todos los conciliábulos que desembocaron en la Revolución de Mayo, no formó parte de la Primera Junta designada por el Cabildo de Buenos Aires. Poco después, acompañó a Castelli en la primera expedición al Alto Perú como secretario y ayudante mayor de campo y presenció los fusilamientos de Liniers y otros en Cabeza de Tigre, en tierra cordobesa. Se lo asociaba al ala dura de la junta, liderada por Mariano Moreno.


Actuó en la batalla de Suipacha, primera victoria de las armas de la patria, y fue gobernador de La Paz durante un breve período. De regreso, en febrero de 1811, se incorporó a la Junta Grande, pero dos meses más tarde, se produjo una movida que desplazó a los morenistas caídos en desgracia tras la salida de su jefe, de resultas de lo cual debió partir al destierro.


En 1812 volvió a Buenos Aires e ingresó en la logia que por esos días tomó el control de la situación. Integró entonces el Segundo Triunvirato, junto con Paso y Antonio Álvarez Jonte. Disuelto el Triunvirato, en 1814 el Director Supremo lo designó primer gobernador delegado de la Provincia Oriental, cargo que ejerció por poco tiempo.


Amigo de José de San Martín, quien, desde Tucumán, le confió su plan: “Ya le he dicho a Ud. mi secreto. Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólido para acabar también con los anarquistas que reinan; aliando las fuerzas pasaremos por mar a tomar Lima; ese es el camino y no éste mi amigo”.


En abril de 1815, la caída del Director Supremo Carlos de Alvear lo arrastró, junto a Monteagudo, French, Beruti, Donado, Larrea, Azcuénaga. Fue confinado en San Juan y luego a Villa del Luján, en Mendoza, colaborando activamente con San Martín en la organización del ejército de los Andes. Después de la batalla de Chacabuco, se estableció en Santiago de Chile, donde residió los siguientes 36 años, hasta su muerte, ocurrida en 1853. Domingo F. Sarmiento pronunció las siguientes palabras durante el sepelio: “Nuestro Prócer de la Independencia ha cerrado los ojos a los 77 años, lleno de fe en los destinos de nuestra Patria, adormecido por las mismas plácidas ilusiones que en 1810 hacían vibrar su corazón”.


Sus restos fueron repatriados en 1910, en ocasión de la celebración del Primer Centenario. La jabonería fue demolida y en el solar se levantó un edificio que también fue derribado cuando se construyó la avenida 9 de Julio. Sus restos reposan en el cementerio de la Recoleta.

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