“Cada maestrito con su librito” es un conocido dicho que podría ayudar a entender por qué la República Argentina carece de una política exterior estable y, en cambio, zigzaguea erráticamente de la mano de cada gobierno de turno. Así parece haber sido a lo largo de la historia. Veamos.
En los albores, Juan Manuel de Rosas, gobernador de Buenos Aires, ejercía la representación exterior de las demás provincias. Durante su largo mandato entre 1835 y 1852 tuvo importantes conflictos con Francia e Inglaterra, incluso episodios bélicos como el combate de la Vuelta de Obligado. Décadas más tarde, la llamada Generación del 80 impulsó una fuerte apertura hacia un mundo con epicentro en una de aquellas potencias para propiciar el modelo agroexportador. En medio, el presidente Bartolomé Mitre embarcó al país en la guerra con el Paraguay.
Hipólito Yrigoyen asumió la presidencia en 1916 y debió enfrentar un evento de efecto global: la Primera Guerra Mundial. Pese a las presiones —incluso de altos referentes de su partido— mantuvo a rajatabla la neutralidad. Tras la gran crisis de 1929, durante la llamada década infame, los gobiernos conservadores debieron recalcular el mapeo. Se pergeñó entonces un paraguas, el pacto Roca-Runciman, que incorporó de hecho a la Argentina a la Commonwealth, la comunidad británica de naciones. La Segunda Guerra Mundial, de mayor alcance que la primera, plantó la disyuntiva de tomar parte por alguno de los bandos en pugna, y, pese a las discordancias, nuevamente se mantuvo la neutralidad hasta casi la conclusión de la contienda.
El presidente Juan Domingo Perón oteó el mundo de posguerra y percibió la emergente guerra fría entre Occidente y la Unión Soviética. Proclamó entonces la Tercera Posición, un libreto compartido por líderes tercermundistas de su tiempo —Nasser de Egipto y Nehru de la India, entre otros— que rigió hasta 1955, cuando la Revolución Libertadora que derrocó al peronismo acató a libro cerrado el orden occidental liderado ahora por EE.UU. Una de las primeras medidas fue el ingreso al Fondo Monetario Internacional.
Arturo Frondizi, presidente de la Nación entre 1958 y 1962, intentó replantear una política exterior equidistante de las superpotencias. La revolución cubana sacudió el paisaje americano, obligando a los gobiernos a fijar postura. La complacencia mostrada por Frondizi —recibió al “Che” Guevara en Olivos— indignó a los mandos militares y aceleró su salida. Su sucesor, el también radical Arturo Illia, trató de sostener principios inherentes a la tradición de su partido, como la no intervención en asuntos ajenos, en tanto que la dictadura gobernante entre 1966 y 1973 se subordinó a la tutela de EE.UU., hasta que el ciclo peronista renacido en 1973 retomó el sendero tercermundista. La dictadura que asoló el país entre 1976 y 1983 aplicó puntillosa y cruelmente la Doctrina de la Seguridad Nacional, el guion urdido desde los centros continentales de poder para impedir el desembarco del comunismo en Sudamérica. Sin embargo, EE.UU. y los demás miembros de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) le dieron la espalda durante la guerra de Malvinas.
Raúl Alfonsín, el primer presidente de la república recuperada en 1983, reencauzó a la Argentina en un carril afín a la visión de la socialdemocracia europea, con hitos regionales de alto impacto como la iniciación del Mercosur en 1985, junto a Brasil, Paraguay y Uruguay. Tras la caída del muro de Berlín, la política exterior del justicialista Carlos Menem, presidente entre 1989 y 1999, viró hacia un alineamiento explícito con EE.UU. que el propio canciller tildó de “relaciones carnales”. No se descarta que el envío de naves durante la guerra del Golfo y otros gestos en la misma dirección hayan tenido relación con los infames atentados a la embajada de Israel y la AMIA.
Néstor Kirchner, presidente entre 2003 y 2007, cambió el rumbo de las relaciones exteriores para despegarse también en esta cuestión del “noventismo” menemista. La coexistencia temporal con mandatarios de posturas similares en varios países de la región dio lugar a la creación de entes como la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) y el Parlasur, en el marco de una estrategia antiestadounidense que tuvo puntos altos como el desplante al presidente George Bush en la Cumbre de las Américas en Mar del Plata, en 2005, donde se mandó al ALCA al carajo (sic).
Cristina Fernández ejerció la presidencia entre 2007 y 2015 y mantuvo la misma posición y relato en la materia, que Alberto Fernández retomó entre 2019 y 2023, tras el interregno presidencial de Mauricio Macri y su intento infructuoso de posicionar a la Argentina en un tablero más acorde a su visión. Durante las últimas décadas hubo, en paralelo, una presencia creciente de la República Popular China en diversos emprendimientos y negocios.
Javier Milei, el actual mandatario, tal como lo expuso en el foro de Davos, parece decidido a aplicar su impronta libertaria también en lo que atañe a la geolocalización del país en un mundo cuyo formato y amenazas varían on line, acorde a los tiempos que corren. La historia dirá.
Nota publicada por el diario La Voz del Interior
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