En su discurso inaugural, el nuevo intendente de la Ciudad de Córdoba, enunció a grandes trazos una agenda “urgente” de la ciudad, que él mismo definió al borde de la anarquía y nadie mejor que los sufridos vecinos para corroborarlo. Delante de los concejales, el doctor Mestre pintó un panorama colmado de problemas que no pueden esperar. Se entiende: probablemente cualquiera de nosotros en su lugar hubiera hecho lo mismo, acicateados por vecinos impacientes y urgencias impostergables.
Sin embargo, hay otra agenda. Es la que, de cara al futuro, encierra aspectos cruciales que pueden convertir a Córdoba en una ciudad sustentable o en un infierno a plazo fijo, según cómo se la encare. De esto, el intendente dijo poco en su discurso, apenas referencias muy genéricas a la importancia de la planificación y la necesidad de construir consensos para avanzar. También se entiende, en una ciudad dominada por la emergencia.
Los únicos datos concretos que brindó acerca de la situación de la comuna fueron algunas cifras, particularmente relacionadas con las dos empresas públicas municipales: TAMSE y CRESE. De ello podría inferirse que la preocupación central de las nuevas autoridades son las finanzas comunales, que no son florecientes. También podría pensarse que se está preparando el terreno para la privatización de esas dos empresas, como se adelantó durante la campaña electoral.
Es cierto que la crítica situación financiera del Municipio no es una cuestión secundaria: la estrechez de fondos y la rigidez de gastos ineludibles como salarios y transferencias a TAMSE y CRESE, dejan muy poco para atender lo que más importa a los contribuyentes, las obras y servicios que la ciudad reclama a gritos. Sin embargo, si bien el cuadro económico pintado por el nuevo administrador es complejo, puede corregirse paulatinamente merced a una estrategia que no descargue su peso sobre el bolsillo de los castigados contribuyentes y, en cambio, ponga el acento en una administración más eficiente de los recursos, empezando por recaudarlos mejor y utilizarlos racionalmente.
Más difícil es afrontar el estado operativo del Municipio, donde, en nuestra opinión, reside el mayor desafío. La emergencia operativa es tal que las áreas más sensibles se hallan colapsadas cuando no paralizadas por distintos factores que van desde la falta de insumos, conflictos con el personal o ausencia de conducción. Y, a veces, todo eso junto. Lo primero que deberá hacer la administración entrante es poner en marcha el aparato municipal, mover la pesada mole que hoy no atina sino a dar coletazos espasmódicos. Y me apresuro a aclarar que no estoy culpando a los trabajadores municipales –tampoco eximiéndolos de toda responsabilidad- porque sólo se llega a un estado terminal de cosas cuando lo que falla es la cabeza y no los miembros. Mal se puede criticar la falta de movilidad de brazos o piernas de alguien con muerte cerebral, que es lo que le pasa al Municipio.
Lo importante
Si se admite como válido el diagnostico sucintamente esbozado, se estará de acuerdo con que los mayores esfuerzos iniciales estarán entonces orientados a devolver operatividad a lo que hoy no la tiene, para que los vecinos, en un plazo razonable, tengan servicios que hoy brillan por su ausencia. Una vez que el elefante eche a andar, podremos ocuparnos entonces de lo que, al menos en mi caso, más interesa, que es la agenda estratégica de la ciudad. Un debate alrededor de cómo imaginamos la Córdoba del futuro, no de aquí a cien años, sino a diez o a veinte. Este planteo exige examinar aspectos tales como la integración de Córdoba con el conurbano que la circunda, donde viven casi 2 millones de cordobeses, más del 50 por ciento de la población total. Ése es el marco para resolver problemas tales como la localización del vertedero de residuos urbanos, obras de conectividad e infraestructura, coordinación de servicios sanitarios, provisión de agua potable, seguridad, y tantos otros que hoy se dirimen en ámbitos compartimentados y, en muchos casos, aplicando criterios dispares.
Y algo más: debe recuperarse la capacidad de autodeterminación de una ciudad que viene creciendo a instancias del desarrollismo privado en ausencia de políticas públicas basadas en el interés general y en el aprovechamiento colectivo de los espacios comunes. Y con frecuencia en desmedro del patrimonio urbanístico e histórico que va quedando en el camino.
Por supuesto, la agenda estratégica es mucho más amplia y por razones de espacio no podemos sino apenas dejarla planteada. De lo que se trata es, simplemente, de alertar que el árbol no nos tape el bosque y que, en nombre de la emergencia, se pierdan de vista otras cuestiones que interesan a todos. En una palabra, ocuparnos de ambas cosas a la vez, de lo urgente y lo importante.
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