La muerte cordobesa de Francisco RamÃrez
- Esteban Dómina
- 5 jul 2009
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Fue un personaje histórico, como tantos otros; sin embargo, su muerte temprana, atrapada entre la realidad y la leyenda, lo elevó a la categorÃa de mito. Ocurrió el 10 de julio de 1821, en tierra cordobesa.
Francisco "Pancho" RamÃrez, entrerriano de nacimiento, fue un caudillo con todas las letras. Se enroló temprano en las filas de José Artigas, cuando el caudillo oriental encabezaba la resistencia a la dominación española en su patria y, más tarde, a los portugueses que pretendÃan hacer cabecera de playa en la región.
En poco tiempo, el joven RamÃrez se convertirÃa en el brazo derecho de Artigas y en su representante en Entre RÃos y buena parte del Litoral. Hasta que, siendo gobernador, sumó su provincia natal al Protectorado artiguista, que por esos dÃas hacÃa sombra a Buenos Aires, el de los pueblos libres, del que además formaban parte Santa Fe, Córdoba, Corrientes y las viejas Misiones. Por entonces ya se habÃa recibido de Supremo Entrerriano y enfrentó con éxito la invasión a su tierra, ordenada por el Directorio.
Poco después, mientras los desorientados mandos porteños buscaban afanosamente un prÃncipe europeo para coronarlo en el RÃo de la Plata, RamÃrez se alió con el santafesino Estanislao López y juntos pusieron en marcha una audaz ofensiva para frenar los Ãmpetus centralistas. No estaban dispuestos, decÃan, a acatar una Constitución –la de 1819– sancionada entre gallos y medias noches que reducÃa a las provincias a la nada.
Cuando las cosas se pusieron difÃciles, los hombres de Buenos Aires hicieron bajar a parte del Ejército del Norte, acantonado en Tucumán, para que los defendiese de las montoneras fuera de control. Sin embargo, no contaron con que las tropas de Belgrano no estaban dispuestas a enfrentar a sus connacionales y menos todavÃa con que se sublevaran como lo hicieron, dejando a la orgullosa metrópoli a merced de los caudillos. Con lo poco que les quedaba, los directoriales igualmente presentaron batalla y fueron arrasados. En la cañada de Cepeda, en febrero de 1820, RamÃrez y López, los vencedores, se dieron una vuelta por la plaza principal de la ciudad-puerto, amarraron sus caballos y pitaron un cigarro, y antes de retirarse dejaron en claro a los atribulados porteños que habÃa sonado la hora federal.
Sin embargo, pasado ese pico de gloria y poder, aparecieron fisuras insalvables entre los dos jefes. El santafesino pareció conformarse con los términos del arreglo firmado en Pilar y prefirió recluirse en su feudo. RamÃrez, en cambio, querÃa ir por más y fundar una alianza de pueblos libres de la que se sentÃa el vértice y conductor natural. Nació asà una rivalidad insanable
Antes de poner en marcha aquel sueño, RamÃrez debÃa ajustar algunas cuentas pendientes con Artigas, su antiguo jefe, que puso el grito en el cielo cuando se enteró de que se habÃa firmado un tratado, el de Pilar, que le supo a traición. El diferendo entre ambos se saldó en Las Tunas, cerca de Paraná, donde los entrerrianos de RamÃrez dieron cuenta del debilitado ejército de Artigas. Y después lo arrinconaron hasta obligarlo a pasar al Paraguay, de donde jamás volvió.
La gran aventura. Entonado, RamÃrez lanzó la campaña que acariciaba desde hacÃa rato. Cruzó el Paraná y se internó en Santa Fe, donde, a poco de llegar, comprobó que sus cálculos estaban errados: los santafesinos no sólo no estaban dispuestos a seguirlo, sino que, además, lo dejaron a merced del ejército de Gregorio Aráoz de Lamadrid, enviado a disciplinar el levantisco litoral. Pese a todo, las primeras escaramuzas en territorio santafesino lo favorecieron, hasta que debió vérselas cara a cara con Estanislao López, y no pudo con él.
Huyó entonces hacia Córdoba, secundado por Anacleto Medina, su incondicional ladero, y por una bella mujer llamada Delfina, que habÃa tomado cautiva en una de sus correrÃas por RÃo Grande do Sul. Desde entonces, convertida en favorita, ella lo acompañaba a todas partes, como un talismán. Tal parece que la Delfina, pelirroja y de piel muy blanca, estaba a su vez profundamente enamorada del hombre que la habÃa raptado. Mientras tanto, otra dama, Norberta Calvento, esperaba pacientemente al entrerriano con quien anhelaba casarse.
Asà estaban las cosas en la vida de RamÃrez cuando, a galope tendido y con los santafesinos pisándoles los talones, entró precipitadamente en tierra cordobesa. Le quedaba apenas un puñado de hombres; los demás estaban muertos o habÃan tomado otros rumbos. En Córdoba se encontraron con el chileno Carrera y su gente, que se les unieron. Y con un nuevo enemigo: Juan Bautista Bustos, el gobernador cordobés, que los dispersó en Cruz Alta, cerca del lÃmite con Santa Fe. RamÃrez y Carrera volvieron a separarse; mientras el chileno siguió hacia Cuyo, el entrerriano prosiguió su marcha hacia el norte, pero no habrÃa de llegar demasiado lejos.
La tragedia de RÃo Seco
El 10 de julio de aquel año de 1821, cerca de RÃo Seco, una partida de cordobeses y santafesinos al mando del coronel Bedoya les dio alcance. RamÃrez, Medina, la Delfina y una docena de hombres lograron huir, perseguidos a corta distancia por la gente de López y Bustos.
Suele decirse que el amor es más fuerte. Al menos para Pancho RamÃrez debió serlo. Según parece, en medio de aquella enloquecida carrera en la que estaba a punto de escapar una vez más de las garras de sus enemigos, imprevistamente, sofrenó su caballo y volvió grupa a los perseguidores, y los enfrentó para que Delfina, que se habÃa rezagado, pudiera ponerse a salvo. Ella, con la ayuda del fiel Anacleto Medina, logró huir, pero él no pudo escapar a la muerte. Le asestaron un balazo y cayó envuelto en su poncho colorado, el mismo color de la sangre que emanaba profusamente de la herida abierta en su cuello. Enseguida le cortaron la cabeza y, como era de estilo, se la enviaron de obsequio a Estanislao López. El gobernador de Santa Fe la colocó dentro de una jaula de hierro y tal parece que durante un buen tiempo fue exhibida al público para solaz de unos y repugnancia de otros. Eran tiempos violentos.
Al pie del cerro del Romero, en RÃo Seco, en el mismo lugar donde se levantaba la antigua capilla de la villa, hay un monumento dedicado por el Gobierno de Entre RÃos a su caudillo.
Hace algunos años, se encargó una prospección geofÃsica en el Colegio de la Inmaculada Concepción de la ciudad de Santa Fe, donde se suponÃa que podÃa hallarse enterrada la cabeza de Francisco RamÃrez. Pero la cabeza nunca apareció.