Se libró el 28 de junio de 1863, en las afueras de la ciudad de Córdoba.
Luego de la aciaga batalla de Pavón —septiembre de 1861— que definió el pleito entre la provincia de Buenos Aires y el resto, Bartolomé Mitre, el vencedor, consolidó el centralismo porteño sometiendo a las provincias interiores. El brazo ejecutor fue el Ejército nacional que, a las órdenes del general Wenceslao Paunero (imagen), cometió toda clase de tropelías y arbitrariedades para cumplir ese mandato.
Los federales, en dispersión y desorientados por la defección del líder del espacio, Justo José de Urquiza, solo atinaron a tomar distancia de la furia y el revanchismo de los vencedores que iban por todo. Uno de los pocos que en ese contexto adverso enarboló la bandera federal y pasó a la acción fue Ángel Vicente Peñaloza (imagen), un riojano famoso por su bravura y la lealtad de su gente. El legendario “Chacho” no estaba dispuesto a aceptar impasiblemente que el mitrismo se adueñara del país, sometiendo a las provincias a sus designios. Tampoco se resignaba a la idea de que el inexplicable retiro de Justo José de Urquiza —recluido en Entre Ríos, su provincia— fuera definitivo y, como tantos otros, fantaseaba con que tarde o temprano el jefe de la extinguida Confederación Argentina volvería a ponerse al frente para dar pelea.
Entretanto, al frente de las montoneras riojanas, Peñaloza llevó adelante una guerra de desgaste contra “los nacionales”, hostigándolos como podía. Pese a que Domingo F. Sarmiento —por entonces gobernador de San Juan— y otros halcones del mismo bando pedían el exterminio del fastidioso caudillo, el presidente Mitre jugaba con los tiempos y prefirió negociar. En mayo de 1862 se firmó la paz de La Banderita, acordándose un cese de las hostilidades. Sin embargo, en abril de 1863, el Chacho no pudo seguir tolerando la indefensión de su gente frente al avasallamiento que siguió su curso y le descerrajó una carta flamígera a Mitre, declarándole nuevamente la guerra.
Mientras, en la capital cordobesa, una revuelta encabezada por el sargento Simón Luengo lograba desplazar al gobernador Justiniano Posse y poner momentáneamente al frente del gobierno a José Pío Achával, un federal duro. Entonado por la noticia, el 13 de junio de 1863, Peñaloza se presentó en la ciudad docta, desfilando por las calles céntricas al frente de sus gauchos ante la mirada despavorida de la gente principal que contemplaba azorada el espectáculo. Era todo un mensaje, en clave de insolencia, dirigido al poder central.
Esta maniobra, audaz e inesperada, que conmovió el epicentro del país causó alarma en Buenos Aires e hizo que Paunero acudiera prestamente a restablecer el orden. Para sofocar la rebelión federal, las tropas nacionales alistaron sus modernos fusiles Engfields y desembarcaron en Córdoba, en tanto que Peñaloza abandonaba la ciudad.
El enfrentamiento armado se produjo el día 28 de junio en Las Playas, un campo vecino a la capital cordobesa, en la zona donde actualmente se encuentra la fábrica de aviones. Ese día, el ejército de Paunero de 4.000 veteranos arrasó a los 2.000 paisanos mal armados del Chacho.
Tras la contienda, el coronel Ambrosio Sandes desató una verdadera carnicería y, mientas muchos huían despavoridos a campo traviesa, cientos fueron lanceados y degollados, sin contar los fusilamientos posteriores. Por la noche se incendió el campo para quemar los cadáveres, sin retirar algunos heridos que aún permanecían allí. Incluso se montó un campo de concentración en el Bajo de Amado para albergar a los prisioneros, en lo que hoy es barrio General Paz.
El parte de batalla elevado por Paunero patentiza la tragedia: "La pérdida del enemigo es inmensa con relación al número de combatientes, y consiste en cerca de 300 muertos, 40 heridos y 700 prisioneros. Entre los primeros se cuentan muchos jefes y oficiales cuyos nombres se registran en la adjunta lista, así como el de dos jefes y 16 oficiales entre los prisioneros; habiéndose tomado en combate un cañón, una bandera, 330 fusiles, lanzas y sables, que el enemigo arrojó en su despavorida fuga".
Pío Achával, el efímero gobernador cordobés, huyó hacia Catamarca donde fue apresado. Peñaloza, en tanto, junto con Victoria Romero —su fiel compañera— y un puñado de los suyos y con Sandes pisándole los talones, se internó en los llanos riojanos que conocía como la palma de su mano y desde allí rumbeó para Catamarca. Sus días estaban contados y acabarían de la peor manera.
Entretanto, Mitre retomaba el control de Córdoba y La Rioja y sofocaba los últimos focos de la algarada federal. El país unitario llegaba para quedarse.
Historia de Córdoba | Esteban Dómina |Historiador y escritor
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