Los primeros inmigrantes fueron los españoles. Un centenar, en 1573, con Jerónimo Luis de Cabrera. Y muchos más durante la etapa colonial, poblando de andaluces, gallegos, vascos y asturianos, entre otros, nuestra mediterraneidad. Pocos extranjeros de otro origen: sin contar los esclavos negros traídos a la fuerza, algún que otro inglés o irlandés. No debe olvidarse que la tradición hispánica se asentaba en la pureza de sangre, un paradigma de peso.
Después de 1810, a medida que iba quedando delimitado el territorio propio y ajeno, se armó el nuevo vecindario: además de nosotros, Chile, Bolivia, Paraguay y Brasil, sin que todavía se registraran movimientos migratorios cruzados.
En la Argentina, el fenómeno inmigratorio comenzó después de 1853, cuando se aplicó a fondo la receta alberdiana, aquello de “gobernar es poblar”, una verdadera política de Estado en un país despoblado. Entonces, atraídos por la convocatoria de la flamante república, comenzaron a arribar contingentes cada vez más numerosos de extranjeros. Que no respondían del todo a las expectativas de personajes como Sarmiento, porque llegaban menos anglosajones de los esperados y más pobrerío europeo del que hubieran deseado. Como fuere, los recién llegados se adaptaron rápidamente, tratando de aprovechar al máximo las oportunidades que ofrecía un país donde todo estaba por hacerse. Así, las distintas colectividades se dispersaron en el amplio territorio nacional, eligiendo el ámbito más parecido a su tierra de origen o donde creían que podían ejercer mejor sus artes y oficios.
Sin embargo, la hospitalidad inicial trocó en xenofobia cuando los inmigrantes anarquistas y socialistas alborotaron el reino conservador que les respondió con represión y la humillante Ley de Residencia, el derecho de admisión que rigió durante las primeras décadas de siglo XX.
Rumbo a Córdoba
Aunque el Reglamento de 1821, la primera constitución cordobesa, abría las puertas de par en par a los extranjeros, la movida comenzó medio siglo más tarde. Uno de los primeros colectivos importantes fue el de friulanos que llegaron a Caroya, allá por 1878, en vagones de carga que los traían desde Rosario. Fundaron la emblemática Colonia y hasta hoy siguen allí. Durante las décadas que siguieron, replicando el proceso general, los inmigrantes llegaron en oleadas. Aprovechando la liberación de territorios antes ocupados por pueblos aborígenes, el tendido de nuevas líneas férreas y los beneficios de las generosas leyes de colonización, muy pronto, los italianos del Norte hicieron pata ancha en la franja Este – Sudeste, echando los cimientos de la llamada “pampa gringa”, una zona agrícola – ganadera por excelencia.
Era un tiempo de colonos y pioneros que coincidió con la etapa de mayor concentración de ingleses en la provincia, relacionados con los ferrocarriles y la administración de estancias. Bell Ville fue un caso patente. A los mencionados, deben agregarse los árabes –sirios y libaneses-, genéricamente llamados “turcos”; y judíos, o “rusos”, porque la mayoría provenían de Rusia y la Europa central donde recrudecía la persecución étnica. Y armenios, en buena cantidad. Colectividades más bien urbanas e inclinadas a las actividades mercantiles.
El crisol de razas comenzaba a tomar cuerpo también aquí, donde brotaban por todas partes uniones, fraternidades y mutuales, algunas de ellas muy reconocidas que persisten hasta hoy. Aunque los españoles seguían llegando, sobre todo durante la Guerra Civil, de a poco, la fuerte impronta hispánica de los primeros tiempos se fue licuando por la incorporación de otras etnias.
Los alemanes no faltaron a la cita, llegando en sucesivas camadas, la última en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, cuando la tripulación del legendario Graf Spee fue confinada en nuestras serranías donde fundaron Villa General Belgrano y La Cumbrecita. Para entonces Córdoba daba cobijo, además, a japoneses y asiáticos en general.
La corriente inmigratoria se frenó un tanto a mediados del siglo pasado, para reanudarse en las décadas subsiguientes, esta vez proveniente de países limítrofes, como Bolivia, Paraguay y Perú, conformando colectividades numerosas que se asentaron sobre todo en la ciudad Capital.
Balance En general, en Córdoba reinó la tolerancia. La xenofobia se agudizó durante la última dictadura militar y los meses que la precedieron, cuando ocurrieron la matanza de estudiantes bolivianos y el secuestro de empresarios judíos, entre otros horrores. Desde 1983, las expresiones racistas, aunque las hay, son marginales y aisladas En síntesis, los inmigrantes, en su mayoría, fueron y son gente de trabajo que trajo consigo su lengua, religión, costumbres y tradiciones que fecundaron la matriz cultural de Córdoba, convirtiéndola en una provincia cosmopolita, integrada y abierta a la diversidad Aunque no exenta de los desafíos de la hora.
Comments