Falleció el 3 de julio de 1933.
Tras la muerte de Leandro N. Alem —su tío por línea materna— Yrigoyen asumió el liderazgo de la Unión Cívica Radical y prosiguió la lucha de “la causa contra el régimen”, la consigna que sintetizaba ese momento histórico de hegemonía de los conservadores. Lo apodaban “El peludo” por su carácter reservado; no le gustaba que lo fotografiasen ni tampoco hablar en público, aunque gozaba de gran popularidad.
Fue dos veces presidente de la República por el voto popular: la primera vez en 1916, en el estreno de la llamada Ley Sáenz Peña que posibilitó el voto ciudadano, por la que tanto había bregado, y la segunda en 1928, por una diferencia aplastante.
Las dos presidencias fueron de distinto tono; la novedad y pujanza de la primera contrastó con la pasividad y declive de la segunda. El primer mandato transcurrió entre 1916 y 1922; fue una gestión austera, sin trasformaciones estructurales pero con acciones que democratizaron diversos ámbitos, como el laboral y educativo. La guerra que se libraba en Europa —Argentina mantuvo la neutralidad— fue el telón de fondo hasta 1918, y luego hubo algunos episodios resonantes, como la Reforma Universitaria, y de represión violenta, como la Semana Trágica, la huelga patagónica y la de los obreros de La Forestal. Yrigoyen pasó la posta a Marcelo T. de Alvear, quien, amparado en el apoyo del líder de su partido, ni siquiera tuvo que hacer campaña y ejerció la presidencia hasta 1928.
Durante el efímero segundo mandato, la crisis mundial de 1929 complicó la gestión yrigoyenista, que no tuvo el empuje de otrora, y la espuma del gran triunfo electoral se evaporó rápidamente. La prensa que le había sido adicta lo atacaba con saña, enrostrándole senilidad e inoperancia, mientras la derecha y un sector del Ejército conspiraban para voltearlo. El partido radical estaba paralizado, dividido entre personalistas —partidarios de Yrigoyen— y antipersonalistas, una oposición alumbrada en el interior del radicalismo más propicia a entenderse con los conservadores que con el sector yrigoyenista.
El 6 de septiembre de 1930, el general fascista José Félix Uriburu, encabezó la movida golpista que derrocó al gobierno constitucional, consumando el primer golpe de Estado del siglo 20. Yrigoyen fue confinado en la isla de Martín García, mientras una turba atacaba y desvalijaba su domicilio particular. En aquel inhóspito lugar, dormía en una estrecha cama de hierro y repartía su tiempo entre combatir las alimañas y pensar largamente acerca de su presente y de la ingratitud de la que era víctima: él y sus ministros fueron acusados ante la justicia, por supuestos cargos de malversación y peculado, entre otros. Un juez federal visitó varias veces al prisionero de Martín García para indagarlo con relación a esos supuestos delitos. En febrero de 1932, atendiendo a la solicitud de su familia dada su precaria salud, se le permitió regresar a Buenos Aires, donde seguiría con prisión domiciliaria. Se instaló en casa de un sobrino, vigilado por una custodia que reportaba todas sus actividades y visitas. Allí, el 12 de julio, cumplió ochenta años.
Antes de que finalizara aquel año, el presidente Agustín P. Justo decretó el estado de sitio. Para curarse en salud, temeroso de que el viejo caudillo retomara la conducción del radicalismo e incitara a sus huestes a la rebelión, lo mandó de regreso a la isla. Sus familiares peticionaron nuevamente a las autoridades y lograron sacarlo de allí al cabo de algunas semanas. Volvió muy enfermo esta vez. Recluido en su casa, se negaba a recibir visitas; por más que muchos lo intentaron, casi nadie pudo llegar hasta él en esos días. Uno de los pocos que el enfermo admitió recibir fue a Marcelo T. de Alvear, a quien, pese a que no pensaban del todo igual, lo unía una sincera amistad.
Falleció el 3 de julio de 1933.
Al día siguiente, una multitud llevó el féretro a pulso hasta el cementerio de La Recoleta. No hubo ceremonias oficiales porque los familiares rechazaron cualquier expresión que proviniese del gobierno que tanto había agraviado en vida al expresidente. Cuando el cortejo llegó a la sede del Congreso lo aguardaba una marea humana que cubría por completo las inmediaciones del edificio; esta vez la gente se volcó masivamente a las calles para despedir al viejo caudillo. Si Yrigoyen hubiera podido contemplar aquella inmensa manifestación de afecto y devoción que le tributaba su pueblo, seguramente se hubiesen borrado de su mente las amarguras y mortificaciones sufridas en sus últimos años.
En cuanto a su vida privada, murió soltero, y en sus dos presidencias no hubo primera dama. Sin embargo, varias mujeres pasaron por su vida —Antonia Pavón, Dominga Campos, Luisa Bacichi— y con algunas de ellas tuvo hijos. Helena, su hija mayor, cuidó de él y lo acompañó hasta la muerte.
Hipólito Yrigoyen fue uno de las grandes protagonistas de la historia argentina y su memoria sigue presente hasta hoy.
Historia argentina | Esteban Dómina | Historiador y escritor
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