El carnaval, entre la historia y la tradición
- Esteban Dómina
- 2 mar 2014
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ĀæQuiĆ©n inventó el carnaval? Como tantas otras cosas en la Historia Universal, no se sabe con certeza. SĆ se sabe que sus raĆces se hunden en los albores de la humanidad y su vigencia persiste hasta hoy.
Se suele asociar su origen a las bacanales, unos rituales paganos de la Ć©poca de los romanos, aunque algunos historiadores se remontan al antiguo Egipto, incluso a la antiquĆsima Sumeria. Lo cierto es que, con el paso de los siglos, el carnaval se convirtió en una celebración ecumĆ©nica, que en Occidente se acomodó a la liturgia católica y por eso concluye el miĆ©rcoles de Ceniza, comienzo de la cuaresma.
Sin embargo, esta festividad no tiene una percepción unĆ”nime como otras: mientras que buena parte de la sociedad la asume como un festejo tradicional y una ocasión para distender el espĆritu acosado el resto del aƱo por problemas cotidianos, otra parte āprobablemente minoritaria- la ve como una costumbre dispendiosa y de escaso valor cultural.
Como fuere, algunos carnavales cobraron fama mundial como el de Venecia (Italia) o el de RĆo (Brasil). En nuestra región, los mĆ”s renombrados son los de Montevideo (Uruguay) y Oruro (Bolivia), y aquĆ, los de GualeguaychĆŗ (Entre RĆos), Jujuy y Corrientes.
Un poco de historia
Al continente americano lo trajeron los navegantes espaƱoles y portugueses allƔ por el siglo XVI. Los pueblos originarios del altiplano lo adaptaron con formas y contenidos propios que persisten hasta hoy.
En la Ć©poca de la colonia ya se festejaba, segĆŗn consta en edictos capitulares. En 1795, el virrey NicolĆ”s de Arredondo promulgó el bando de estilo prohibiendo "los juegos con agua, harina, huevos y otras cosas". El gobierno patrio siguió la misma lĆnea; en 1811, dispuso que: "pueda salir a las calles todo gĆ©nero de personas, pero (...) sin agua, huevos de olor, ni demĆ”s".
El Carnaval prendió mĆ”s que nada entre los esclavos negros, sobre todo en los vecindarios donde habĆa mayor concentración, como el barrio porteƱo de Monserrat, aunque tambiĆ©n lo adoptaron las clases altas, que solĆan reunirse en salones de Ć©poca.
Las primeras bombuchas fueron huevos vaciados llenados con agua de rosa; los de ñandú, los mÔs codiciados por su tamaño. En la época de Rosas se reglamentó el festejo para evitar desmanes y violencia de género. En 1844, directamente se prohibieron los festejos.
Los primeros corsos porteƱos datan de 1869. Uno de los participantes mĆ”s entusiastas era el presidente Domingo Faustino Sarmiento, segĆŗn la crónica de Alfredo Ebelot, un francĆ©s que por esos dĆas visitaba Buenos Aires: āSentado en una carretela vieja que la humedad no pudiese ofender, abrigado con un poncho de vicuƱa, cubierta la cabeza con un sombrero chambergo, distribuĆa y recibĆa chorritos de agua, riĆ©ndose a mandĆbula batiente.ā
El vulgo concurrĆa a bailes pĆŗblicos, la mayorĆa orilleros, en tanto que la elite se reunĆa en clubes sociales o residencias particulares. Las pĆ”ginas de Sociales de los diarios de la Ć©poca estĆ”n pobladas de reportes de esas veladas paquetas, lo mismo que las crónicas policiales de riƱas con heridos y muertos en los arrabales.
El cotillón de entonces no era para nada sofisticado: antifaces, pomos de plomo que se llenaban con agua perfumada, el āpapel cortadoā (antecedente del papel picado), flores naturales y laminillas de mica; apenas eso.Ā
La celebración fue cobrando arraigo en las dĆ©cadas siguientes; durante todo ese tiempo se siguió jugando con agua, burlando los edictos policiales que se repetĆan aƱo tras aƱo. Las carrozas ganaron en originalidad y diseƱo, en tanto que las comparsas y murgas ponĆan en juego la imaginación de sus directores componiendo cĆ”nticos ingenuos y pegadizos. Se dice que la marcha āLos muchachos peronistasā se inspiró en uno de esos estribillos: āPa que tomĆ”s/si te hace mal/tomĆ” cafĆ©/que te hace bienā, era la parte de la tonada que se reconoce fĆ”cilmente en la marcha partidaria.
La Ć©poca de oro de los carnavales fueron los aƱos ā40, ā50 y ā60. Durante esas dĆ©cadas habĆa corsos en todos los rincones del paĆs y los bailes eran multitudinarios. Muchos de los Ćdolos de entonces se consagraron en esas convocatorias populares. Alberto Castillo, por ejemplo, que enloquecĆa a la concurrencia cantĆ”ndole, justamente, āPor cuatro dĆas locosā, un hit de la Ć©poca que repetĆa hasta el cansancio: āPor cuatro dĆas locos/que vamos a vivir/por cuatro dĆas locos/te tenĆ©s que divertirā. Durante dĆ©cadas, fue de uso corriente la frase: āSi yo te digo que es carnaval, vos apretĆ” el pomoā, que encierra un alarde de autosuficiencia.
En 1976, siguiendo la tradición de gobiernos autoritarios y adversos a las efusiones populares, la dictadura suprimió el feriado de Carnaval. Convertidos en jornadas laborables, mĆ”s el clima represivo de ese perĆodo, los carnavales prĆ”cticamente cayeron en el olvido.
Con la restauración democrĆ”tica de 1983, renacieron, pero sin el brillo de tiempos pasados. En 2011, la presidenta Cristina Kirchner restableció el lunes y martes de carnaval en el calendario de dĆas feriados y no laborables. Este aƱo, el carnaval cae entre el 28 de febrero y el 4 de marzo. El 5 es miĆ©rcoles de Ceniza y comienza la cuaresma.
Carnaval cordobƩs
Nuestra Córdoba tiene una larga tradición carnavalesca; los festejos de antaño forman parte de la memoria colectiva, particularmente los legendarios corsos de la llamada República de San Vicente.
Arrancaron allĆ” por 1890, y asĆ evocaba esos comienzos EfraĆn U. Bischoff en su magnĆfica Historia de los barrios de Córdoba: āNo solamente iban los coches adornados con gran profusión de muchachas lindas, sino que tambiĆ©n aparecĆan los espejuelos de las comparsas de los āNegros candomberosā, āEstrellas del Sudā y la āSociedad Coral Argentinaā con sus guitarras y violines, poniendo en aquel marco desarticulado de la farĆ”ndula carnavalesca una sana alegrĆaā.
Se festejaba en toda la ciudad, pero el lugar mĆ”s emblemĆ”tico fue por aƱos San Vicente, donde el corso se realizaba en la calle San Jerónimo, entre Plaza Lavalle y Plaza Urquiza. Las clases altas, por su parte, se reunĆan en los salones del refinado Club Social.
Lo que va de ayer a hoy
Durante dĆ©cadas, el Carnaval fue una excusa para confraternizar y divertirse sanamente entre vecinos. El juego con agua comenzaba a la hora de la siesta, cuando todo el barrio salĆa a la calle provisto de baldes, mangueras, cacerolas o cualquier recipiente capaz de almacenar y esparcir agua, que se reponĆa de picos o canillas cercanas.
La lid era entre los de esta vereda contra los de la vereda de enfrente. O varones contra mujeres, lo mismo daba; lo bueno era que participaba toda la familia: niƱos, viejos, jóvenes, todos. A la tardecita, el fervor se apaciguaba y las murgas y comparsas se alistaban para salir a desfilar.Ā
DespuĆ©s del corso, que terminaba pasada la medianoche, comenzaban los bailes, que colmaban los clubes de barrio y duraban hasta bien entrada la madrugada. El Ćŗltimo dĆa del Carnaval se elegĆa la reina y, acabado su efĆmero reinado, se procedĆa al entierro de Momo. Y todo el mundo guardaba sus disfraces y adminĆculos hasta el aƱo siguiente.
La sociedad de hoy ya no es la misma de entonces; la inseguridad y el vĆ©rtigo de la vida moderna que arrasó con las viejas buenas prĆ”cticas entre vecinos, tornarĆan difĆcil reponer una cultura plebeya definitivamente extinguida junto a una Córdoba que sólo existe en el recuerdo nostĆ”lgico de los mayores. Por eso mismo, la recreación del Carnaval planteada desde los niveles gubernamentales carece de la esencia popular que lo mantuvo vivo durante dĆ©cadas.
Sin embargo, pese a todo, el Carnaval sigue dando pelea para ganarle al tiempo. Enhorabuena.