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Cornelio Saavedra



Cornelio Judas Tadeo Saavedra murió el 29 de marzo de 1829 en Buenos Aires. Había nacido en Potosí, en 1759. Estuvo poco tiempo en el candelero, entre mayo de 1810 y agosto de 1811. Los reflectores se apagaron cuando salió de escena y poco o nada se sabe qué fue de su vida luego de ese ostracismo temprano.


Se lo suele presentar como un conservador a ultranza, incluso como una especie de colocador de palos en la rueda, aunque en realidad no fue así. Su rol fue clave en la Revolución de Mayo, inclinando la balanza a favor del bando patriota. No formaba parte del núcleo duro, integrado por avispados civiles —Belgrano, Castelli, Paso, Rodríguez Peña y otros—, que impulsaban la destitución del virrey Cisneros y la instalación de un gobierno criollo. Sin embargo, ese propósito no se hubiera consumado sin apoyo armado, y Saavedra era el comandante de los Patricios, el regimiento de plaza más reputado. No fue casual entonces que presidiera la Primera Junta de Gobierno.


El recelo mutuo entre él y Mariano Moreno comenzó el mismo día en que fueron ungidos presidente y secretario, respectivamente, de aquella Junta. Tenían distintos temperamentos y visiones diferentes del momento. Para Saavedra, todo debía hacerse pausadamente, respetando los tiempos, mientras que el secretario insuflaba fervor jacobino. Ambos tenían aliados dentro y fuera de un gobierno en el que convivían halcones y palomas. Saavedra contaba con el respaldo de los Patricios y otros cuerpos, en tanto que Moreno tenía mayoría en la Junta, donde casi no había saavedristas, salvo Domingo Matheu.


El desenlace se precipitó a principios de diciembre de 1810 a raíz de lo ocurrido durante el festejo del triunfo de Suipacha en el Regimiento de Patricios, cuando un oficial pasado de copas propuso un brindis en honor de Saavedra, llamándolo “emperador de América”, al tiempo que entregaba a la esposa de este, Saturnina Otálora, la corona de azúcar que adornaba una torta. Moreno, indignado, replicó con el Decreto de Supresión de Honores; Saavedra, pasado el trance, contraatacó con la incorporación de los diputados del interior a la Junta y ganó la partida.


Los meses que siguieron fueron de hegemonía del saavedrismo que, el 5 y 6 de abril de 1811, impulsó una movida popular para frustrar la reconstrucción del morenismo residual. Sin embargo, en junio de ese año, la derrota de Huaqui, en el Alto Perú, fue un duro revés que obligó a Saavedra a abandonar Buenos Aires y marchar al norte. Estando en Salta se enteró de la disolución de la Junta Grande y la constitución del Primer Triunvirato, a la vez que fue relevado de la comisión que lo había llevado allí. Ante el giro de los acontecimientos, el Regimiento de Patricios se sublevó en diciembre de ese año, durante el episodio que pasó a la historia como el Motín de las Trenzas, que fue en realidad una demostración solapada de respaldo a su exjefe caído en desgracia. El motín fue sofocado y las represalias fueron severas.


Entretanto, el Triunvirato dispuso confinar a Saavedra en San Juan, desde donde pasó a Mendoza. La Asamblea de 1813 lo sometió a juicio de residencia y no fue incluido en la amnistía que el cuerpo dictó más tarde. En 1814, cuando el director supremo Gervasio de Posadas ordenó su arresto, cruzó a Chile. A pedido de su esposa Saturnina, el gobernador de Cuyo, José de San Martín, le concedió asilo político en San Juan.


En 1815 regresó a Buenos Aires, convocado por el director supremo Carlos de Alvear, aunque por tratarse de un aparente malentendido debió recluirse en la estancia de su hermano en Arrecifes.

En 1816 apeló ante el Congreso de Tucumán y solicitó a Juan Martín de Pueyrredón, el nuevo Director Supremo, el reconocimiento de sus grados y honores. El trámite tuvo idas y vueltas hasta que, en 1818, se le restituyeron los despachos de brigadier con la antigüedad solicitada.


Vivió austeramente fuera de Buenos Aires y tuvo escasa actividad hasta 1821, cuando la Ley del Olvido sancionada ese año autorizó el retorno de exiliados por cuestiones políticas. Se instaló en una estancia bonaerense donde escribió su “Memoria autógrafa”, un testimonio de su trayectoria en la que asentó que “muchos años ha que he perdonado a todos mis enemigos y perseguidores”. En 1822 se acogió a la reforma militar que pasó a retiro a oficiales desmovilizados. En 1825 ofreció sus servicios con motivo de la guerra con el Imperio del Brasil, rechazados en razón de su edad.


Murió en 1829 a la edad de 70 años. Uno de los pocos actos póstumos reivindicatorios de su memoria es el mausoleo que Juan Manuel de Rosas ordenó levantar en el cementerio de la Recoleta, donde sus restos descansan en el Panteón de los Ciudadanos Meritorios.

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