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Cancha Rayada

Actualizado: 31 mar 2022

El 19 de marzo de 1818, en un fulminante ataque nocturno, las tropas del general realista Mariano Osorio sorprendieron al ejército de San Martín acampado en Cancha Rayada, en Chile.


Había transcurrido un año desde la victoria de Chacabuco, lograda el 12 de febrero de 1817 tras el épico cruce de la cordillera. Al cumplirse el primer aniversario de esa batalla, Chile declaró su independencia, aunque el control del territorio no estaba asegurado por completo: los realistas resistían en distintos puntos y preparaban un contrataque respaldado por el virrey del Perú.


San Martín vigilaba esos movimientos del enemigo mientras proseguía las gestiones para concretar la segunda etapa de su plan. Apremiado por la emergencia, tras el ataque fallido en Talcahuano, dispuso reunificar el Ejército Unido para concentrar la fuerza. La premonición que rondaba su cabeza consta en la carta del 11 de diciembre de 1817 en la que exhorta a Bernardo O’Higgins —amigo e integrante de la misma logia— a apurar el movimiento de las tropas: “Tenga V. presente que si por una de aquellas casualidades de la guerra, ese ejército fuere batido, todo se lo llevará el diablo”. La instrucción era que el repliegue incluyera los recursos de la zona, granos y caballada, para dejar tierra arrasada.


A comienzos de 1818, Osorio desembarcó en Talcahuano, proveniente de Lima, al frente de un batallón de veteranos que llevó a 4.600 efectivos la fuerza con la que los realistas pensaban recuperar la antigua Capitanía General de Chile para la corona española. Sin embargo, una vez reunificada, la fuerza patriota contaba con casi 8.000 hombres, una superioridad que lucía promisoria para liquidar el pleito en Chile y proseguir la campaña libertadora en Perú, según estaba previsto.


En marzo de aquel año, San Martín dispuso el desplazamiento del ejército hacia Talca, una plaza ocupada por el enemigo a mitad camino entre Santiago y Talcahuano. Instaló el campamento en el campo de Cancha Rayada, un terreno pantanoso, con barrancas y desniveles, complicado para el desempeño de la caballería, cuya primera carga había resultado infructuosa. José Ordoñez, uno de los jefes realistas, convenció a Osorio para suspender la retirada y dar un golpe nocturno sobre el vulnerable campamento patriota. San Martín, entretanto, decidía una maniobra tan arriesgada como tardía: cambiar la posición esa misma noche del 19 de marzo para que el enemigo no se percatase y atacarlo en la mañana.


El asalto por sorpresa de Osorio, favorecido por la oscuridad reinante, se produjo en medio de una gran confusión y pánico, ocasionando fuertes pérdidas humanas y materiales, y bien pudo haber sido una catástrofe mayor. Fue imposible reunir la caballería y el Regimiento de Granaderos realizó dos intentos de formación sin lograrlo. Lo que comenzó como una retirada se convirtió en un caótico desbande bajo fuego a discreción e intercambio de disparos a ciegas. San Martín vio caer a su lado a su joven ayudante Juan de Dios Larraín, abatido por la balacera, en tanto que O’Higgins resultaba malherido en un brazo. En el campo de batalla quedaron 120 muertos, 300 heridos y casi todo el parque de artillería.


Conocida la noticia, en Santiago, la capital chilena, cundió la zozobra entre los pobladores, temerosos por las represalias que seguramente sobrevendrían, alimentadas por los rumores de que San Martín y O’Higgins habían muerto en la emboscada y de que todo estaba perdido. La réplica provino del patriota chileno Manuel Rodríguez, quien alentaba al grito de: "¡Aún tenemos patria, ciudadanos!”.


Por fortuna, aquella noche aciaga Juan Gregorio Las Heras había completado el traslado y logró poner a salvo la división a su mando, y al día siguiente se reunió en San Fernando con el general San Martín y lo que quedaba de los batallones dispersados tras la refriega, dispuestos a continuar la guerra y lograr la liberación definitiva de Chile.


El 25 de marzo, San Martín entró en Santiago en medio de un repique general de campanas y fervorosas aclamaciones. Para templar los espíritus, emitió una proclama dirigida al pueblo chileno: "El Ejército de la Patria se sostiene con gloria al frente del enemigo (…) La Patria existe y triunfará, y yo empeño mi palabra de honor de dar en breve un día de gloria a la América del Sur".


Osorio, el jefe español, se salía de la vaina por asestar el golpe de gracia antes de que San Martín pudiera rehacer sus fuerzas. Sin embargo, esa fantasía se diluyó rápidamente. El ejército binacional se rehízo tras la reunión de los dispersos y estuvo nuevamente en pie gracias al temple del Libertador y de los jefes patriotas que apenas diecisiete días después darían a la Patria latinoamericana un gran triunfo que sumiría al desastre de Cancha Rayada en el olvido: la gran victoria de Maipú, pero esa es otra historia…

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