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Cambio de nombres, una vieja costumbre

Ahora le tocó el turno a la avenida de Circunvalación, que dejará de llamarse Agustín Tosco para pasar a ser Juan Bautista Bustos. Hace poco asistimos al rebautizo del estadio mundialista, que cambió la designación oficial de Estadio Córdoba por la de Mario Alberto Kempes, y hasta donde se sabe, el Inadi propone revisar la actual denominación de la calle Hugo Wast del Cerro de las Rosas.

Cambiar el nombre de edificios y espacios públicos, mezclar la nomenclatura de las calles con el juego político o las preferencias de los funcionarios, son viejas costumbres, no de ahora, sino de siempre, desde que los conquistadores españoles, entre otras cosas, rebautizaron Primero al viejo Suquía. Un hábito, más acá en el tiempo, practicado por conservadores, radicales y peronistas.

Todos por igual quieren dejar su impronta en el paisaje urbano. Calles, avenidas, plazas, teatros, puentes, emisoras, ferrocarriles, nosocomios; casi nada escapó a la tentación del cambiazo. Que siempre despertó polémicas; es que también en este asunto resulta difícil conformar a todo el mundo, más aún en Córdoba, conservadora al fin.

En tiempo pasado En el centro de la ciudad, casi ninguna de las calles de la traza original conserva su nombre primigenio. Uno de los casos más estentóreos fue el de la legendaria Calle Ancha de Santo Domingo –calle ancha, a secas-, que se convirtió en avenida Vélez Sarsfield - General Paz.

La mayoría de esos cambios formales de nombres se produjeron sobre finales del siglo XIX, impulsados por los vientos de modernidad y progreso que soplaron con fuerza en la provincia. Sin embargo, muchos de los emblemas de esa época cambiaron a su vez de nombre en el siglo siguiente. Por caso el parque Elisa, llamado así en homenaje a la esposa del ex gobernador y entonces presidente, Miguel Juárez Celman, que pasó a ser parque Las Heras. O el bucólico parque Crisol, que después fue Sarmiento. O el teatro mayor de la ciudad, que nació como Teatro Nuevo, luego Rivera Indarte, y hoy Libertador General San Martín.

Algunos de estos cambios levantaron grandes polvaredas, como por ejemplo el reemplazo de Avenida Argentina por Hipólito Yrigoyen. Indignados, no pocos cordobeses siguieron por décadas nombrándola como antes.

Con la denominación de algunos barrios pasó algo parecido. En 1950, Barrio Inglés dejó de ser tal para convertirse en Barrio Pueyrredon, y en la misma época barrio Firpo devino en General Bustos. El peronismo no se quedó atrás en poner nombres, y cuando cayó, como sucedió en todas partes, se borraron del mapa muchas de esas designaciones, por ejemplo, el del Hospital Eva Perón, que pasó a ser Córdoba; o el de una emisora de radio, que en 1955 dejó ser Radio Central para llamarse La Voz de la Libertad, en 1973 La Voz del Pueblo, y más tarde General Paz.

En tiempo presente Más acá en el almanaque, ingresamos a una etapa que muchos cordobeses tienen presente por haberla vivido. Y haberse enterado, a su tiempo, que la continuación del bulevar San Juan dejó de evocar una batalla emblemática de la guerra de Independencia, la de Junín, para homenajear a un presidente cordobés por adopción, don Arturo Illia.

Uno de los cambios más recientes, que volvió a desafiar al tradicionalismo cordobés, fue el de Palacio Ferreyra por el de Museo Evita, aunque resta por saber si será adoptado por el público. Otros intentos no prosperaron, como el de reemplazar el nombre de la avenida Colón por Santiago Pampillón, aunque letreros alternativos suelen lucir el nombre del estudiante caído en 1966. Podríamos seguir un rato largo enumerando cambios consumados, o en ciernes para dar lugar a muertos recientes, como Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner, pero sólo lograríamos confundir más al lector.

Lo anterior basta para comprobar que la historia se repite una y otra vez. “Próceres, personajes importantes, discutidas imágenes, pasajeros del éxito y vaya a saber si también algunos pazguatos, tuvieron lugar en la nomenclatura”, dice don Efraín U. Bischoff en su indispensable Historia de los barrios de Córdoba. Y tiene razón, como siempre.

Cambiar el nombre de algo es relativamente sencillo, basta un simple acto administrativo. Lo difícil es lograr dos cosas: que el nuevo goce de consenso y se imponga en los usos y costumbres populares, y que el reemplazo no desaire a nadie.

Probablemente, sin entrar en polémicas, buena parte del público futbolero siga llamando Chateau (pronúnciese cható) al estadio, y otro tanto Ferreyra al palacete de Nueva Córdoba.

No tiene nada de malo poner o sacar nombres, siempre que se haga con mesura, sentido común y espíritu amplio. Teniendo en cuenta, además, razones de orden práctico, como ser que los reemplazos conllevan a su vez la necesidad de actualizar cartelería pública y privada, papelería comercial, bases de datos, guías, etc, con los consabidos costos y trastornos.

Y lo más importante a la hora de bautizar, recordar que se trata del espacio público, el de todos, que sólo por eso debe cuidarse con el mayor esmero.

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