José Manuel de la Sota había intentado llegar a la gobernación un par de veces antes de 1998. La primera, en 1987, con Enrique “Nolo” Gastaldi como compañero de fórmula. Esa vez estuvo cerca, muy cerca, pero, claro, había que arrebatarle la corona a un peso pesado de ese tiempo: Eduardo César Angeloz. En la intimidad, De la Sota se lamentaba que el 44,5 por ciento de los votos no hubiera alcanzado para ganar aquella elección.
La segunda fue en 1991, cuando encabezó la fórmula de la novedosa Unión de Fuerzas Sociales, secundado por el dirigente rural Carlos Briganti. Obtuvo entonces el 40 por ciento de los votos, diez puntos menos que el “Pocho” Angeloz, que lograba su segunda y forzada reelección. En 1995, dejó pasar de largo el turno electoral que consagró al radical Ramón Bautista Mestre y se instaló en el Senado de la Nación a la espera de vientos más propicios.
Tres años más tarde, evaluaba si presentarse o no cuando aún no se había fijado la fecha de los comicios. Hasta que Mestre tomó en soledad una decisión temeraria: serían el 20 de diciembre de 1998, mano a mano, fórmula contra fórmula. Para entonces, el porfiado “Gallego” había resuelto subir nuevamente al ring: la tercera es la vencida, arengaba a los suyos.
Y fue, nomás. Arrancó bastante lejos de Mestre, casi a la par del tercero en discordia que salió a la liza: el exjuez Guillermo Johnson. A lo largo de los meses fue estrechando la diferencia, impulsado por dos poderosas turbinas: los aciertos de una campaña de buen tono —pergeñada por hábiles publicistas brasileños— y la sucesión de errores políticos de Mestre, incluida una interna partidaria que desgarró al oficialismo.
En ese marco, fue clave el acuerdo alcanzado con el entonces presidente de la Nación Carlos Saúl Menem, quien esta vez dejó de lado sus pasadas reticencias, al punto de que colocó como candidato a vicegobernador a “su” Germán Kammerath.
Unas semanas antes de las elecciones se percibía en el ambiente lo que reflejaban las encuestas: esta vez, sí. La Unión de Fuerzas Sociales se impuso con el 50 por ciento de los votos contra el 40 de la fórmula radical. Después de 35 años, el peronismo volvería a gobernar Córdoba; la última vez había sido en 1973. Se abría un nuevo capítulo en la historia política cordobesa que lleva ya 20 años.
Mestre permaneció en la Casa de las Tejas hasta el 12 de julio de 1999, cuando traspasó el mando a José Manuel de la Sota. Ante la Asamblea Legislativa y la legión de invitados especiales que asistieron a la jura, el nuevo hombre fuerte de Córdoba confirmó la rebaja del 30 por ciento de los impuestos provinciales, honrando su principal promesa de campaña. Además, anunció el recorte del 30 por ciento del sueldo del gobernador y de la planta política.
Desde entonces corrió mucha agua bajo el puente: como en un loco carrusel, pasaron elecciones provinciales exitosas e intentos nacionales fallidos. Lo que en 2003 prometía ser la revancha de 1998 no fue tal: la muerte de Ramón Mestre obligó a Oscar Aguad a tomar la posta. Despejado el horizonte, De la Sota fue reelecto con el 52 por ciento de los sufragios, 15 puntos más que su circunstancial contrincante.
En 2007 eligió a su vicegobernador, Juan Schiaretti, para mantener al peronismo en el poder y lo logró, pese a la controversia que levantaron aquellos comicios: la fórmula Schiaretti-Campana obtuvo 17 mil votos más que la del Frente Cívico, integrada por Luis Juez y Antonio Rins, relegando a la UCR a un lejano tercer puesto. En 2011, De la Sota volvió a ser candidato junto a Alicia Pregno, superando esta vez por 15 puntos al Frente Cívico.
En 2015 volvió a delegar en Juan Schiaretti el cometido de ganar la elección, quien lo hizo obteniendo el 40 por ciento de los sufragios contra el 34 de Aguad, convalidando la alternancia virtuosa de candidaturas peronistas.
Las claves de la consolidación del peronismo como oficialismo en una provincia no precisamente empática son varias, además, obviamente, de realizar gestiones de gobierno oportunamente aprobadas por la mayoría de los cordobeses. Por ejemplo, haber interpretado finamente el “ser cordobés”, ese perfil tan singular de los habitantes de esta provincia, que permitió sortear con éxito los arrestos del kirchnerismo para cortar la racha delasotista-schiaretista en Córdoba; una estrategia que algunos dieron en llamar “cordobesismo”. Otra: De la Sota y Schiaretti fueron capaces de labrar una relación inteligente, de confianza mutua, que, a diferencia de otros casos, galvanizó el espacio de fracturas y rivalidades inconducentes.
De la Sota murió cuando se hallaba abocado a prepararse para su cuarto intento nacional después de las incursiones de 1988, 2002 y 2015, confiando nuevamente en la eficacia de Schiaretti para conservar el sillón cordobés.
No pudo ser. Schiaretti tiene ahora ante sí el reto de prolongar el ciclo, esta vez sin su histórico compañero de ruta.
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