La previa
Habían pasado diez años de la última vez que se votó en la República Argentina, que había sido el 7 de julio de 1963, cuando Arturo Umberto Illia resultó electo presidente de la Nación. En realidad, para los peronistas habían pasado muchos más, teniendo en cuenta que el partido fundado por Juan Domingo Perón se hallaba proscripto desde 1955. De hecho, no se le permitió participar en aquellos comicios, ganados por el radicalismo con apenas el 24 por ciento de los votos.
Como era habitual en aquella Argentina turbulenta, el mandato de don Arturo Illia fue interrumpido por un nuevo golpe de Estado, uno más, que se produjo el 28 de junio de 1966. La movida militar encumbró a un general con ínfulas de caudillo, Juan Carlos Onganía, que comandó la primera etapa de lo que se llamó, pomposamente, Revolución Argentina, que de revolución tuvo poco y de argentina mucho menos.
En los siete años que siguieron, pasó de todo. La expectativa inicial se diluyó en poco tiempo, dando lugar a un estado de crispación y violencia que envolvió al país. Vinieron las luchas obreras; las grandes movilizaciones populares, como el Cordobazo; la aparición de la guerrilla y la represión a mansalva ejercida desde el poder.
Con la dictadura perdiendo aire por los cuatro costados, el tercer presidente de facto durante ese período, Alejandro Agustín Lanusse, concibió una jugada política con el fin de que las Fuerzas Armadas pudieran “salvar la ropa” y salir lo más airosas posible de lo que asomaba como otro gran fracaso de los militares. La llamó “Gran Acuerdo Nacional” (GAN), y consistía básicamente en garantizar una salida electoral condicionada a que el peronismo no volviera al poder.
Por entonces, la fuerza comandada por Perón desde su exilio madrileño reclamaba por el retorno de su líder; especialmente las huestes juveniles, que enarbolaban la consigna “Luche y vuelve” con el entusiasmo propio de los años mozos. Las organizaciones armadas, entretanto, golpeaban aquí y allá, jaqueando a un régimen tambaleante.
El descongelamiento de la política repuso en escena a los partidos, que comenzaron a mover sus fichas con vistas a unos comicios que, hasta allí, eran apenas un anuncio sin fecha. El general Lanusse, cerebro político de la dictadura, armaba pacientemente el rompecabezas procurando aislar al peronismo y amasar una corriente afín con el concurso del resto de las fuerzas partidarias. Perón, por su parte, se dedicaba a desmontar la operación, jugando un ajedrez a distancia con el hombre fuerte del momento.
Luche y vuelve
El último recurso que Lanusse puso en juego fue una fecha arbitraria, el 25 de agosto de ese año de 1972, para que aquellos que se preparaban para ser candidatos estuvieran en el país. Era una forma de sacar a Perón de la cancha. El jefe peronista no cumplió el requisito y Lanusse afirmó que “no regresaba porque no le daba el cuero”. Una mojada de oreja, como se dice en el barrio.
Sin embargo, por esos días se conformó La Hora del Pueblo, un entendimiento entre peronistas y radicales para reclamar elecciones limpias y sin condicionamientos, algo que la dictadura no tenía en sus planes.
Así las cosas, Perón preparó su regreso, que finalmente se produjo el 17 de noviembre, en medio de un gran operativo de seguridad que impidió a los manifestantes llegar hasta Ezeiza. Era su segundo intento, el primero se había registrado en 1964, durante la presidencia de Arturo Illia, pero esa vez el avión en que viajaba de regreso a la Argentina fue interceptado en Brasil y devuelto a Madrid.
Con Perón en el país, las cosas dieron un vuelco definitivo. La movilización juvenil fue en ascenso, en tanto que el acuerdo político se amplió hasta alcanzar a la mayoría del arco democrático. Sólo quedaron afuera los partidos menores, comprometidos con la dictadura, como la Nueva Fuerza de Álvaro Alsogaray. Después de la asamblea realizada en el restaurante Nino, donde se juntaron los dirigentes políticos más representativos, junto a los líderes de la CGT y de la CGE (Confederación General Económica), la suerte del gobierno militar quedó sellada.
La movida siguiente de Perón fue dar forma al Frejuli (Frente Justicialista de Liberación) y proclamar candidato a presidente a Héctor J. Cámpora, por entonces su delegado personal, un hombre cuya principal virtud era la lealtad exhibida a lo largo de su trayectoria política, algo que, por esos días, cotizaba muy alto en el sistema peronista.
Al general Lanusse no le quedó más remedio que fijar la fecha de elecciones: 11 de marzo de 1973, aunque no se privó de poner la última valla para evitar un triunfo justicialista: el balotaje, un recurso copiado del sistema francés, que establecía una segunda vuelta si ningún candidato obtenía la mitad más uno de los votos en la primera convocatoria.
El resto lo hicieron los jóvenes, que tomaron a su cargo una campaña ruidosa y colorida que dominó la escena durante aquel verano.
El gran día
Las elecciones fueron nomás el domingo 11 de marzo. Ese día, en el cuarto oscuro, los votantes podían optar por alguna de la decena de fórmulas presentadas. Por alguna del arco democrático, como Cámpora – Solano Lima (Frejuli); Balbín - Gamond (UCR); Alende – Sueldo (Alianza Popular Revolcuionaria); o por las que se presentaban como continuadoras de la dictadura, como la encabezada por el ingeniero Álvaro Alsogaray (Nueva Fuerza); el marino retirado Francisco Manrique (Alianza Popular Federalista), o el brigadier Ezequiel Martínez (Alianza Republicana Federal).
Ese día, los argentinos concurrieron a las urnas –que habían estado guardadas durante diez años- con un gran entusiasmo y la esperanza renovada de tener por fin una democracia estable en el país. Los jóvenes –entre ellos el autor de esta nota- que debutaron electoralmente en aquellos comicios compartieron, ansiosos, las largas filas de votantes con veteranos que volvían a sufragar después de mucho tiempo. Las autoridades de mesa sellaban los flamantes DNI (Documento Nacional de Identidad) de los primeros y las viejas libretas de Enrolamiento de los segundos.
A la hora del recuento de votos, se confirmó el resultado esperado: el Frejuli se impuso holgadamente, resultando segunda la UCR y, bastante más atrás, el resto de los partidos. Aun cuando, por unas pocas centésimas, la coalición triunfante no alcanzó el 50 por ciento exigido por la regla del balotaje, el radicalismo reconoció el triunfo justicialista y desistió de ir a una segunda vuelta. Quedaron entonces consagrados Héctor J. Cámpora y Vicente Solano Lima como presidente y vicepresidente, respectivamente, de la Nación. Un clima de euforia se adueñó del país, y cientos de miles de argentinos salieron a las calles a festejar la recuperación de las instituciones republicanas y el inicio de un nuevo tiempo.
Con la dictadura en plena retirada y Perón preparando su retorno definitivo, transcurrió la transición hasta el 25 de mayo de 1973, fecha prevista para la asunción de las nuevas autoridades. Todo parecía encaminarse por el buen sendero; sin embargo, ya asomaban en el horizonte los conflictos que se desencadenarían en los meses subsiguientes y que echaron por tierra la ilusión de millones de argentinos de cerrar las heridas del pasado, disfrutar un presente en paz y avizorar un futuro sin violencia. Todavía faltaba mucho para eso. Pero esa es otra historia…
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